Cultura

Córdoba refuerza su idilio con el flamenco en una noche mágica

  • Decenas de miles de personas salen a la calle para reivindicar las esencias de un arte con vocación universal · Manolo Sanlúcar abrió la programación en las Tendillas con una pequeña antológica de su obra

La guitarra luminosa de Manolo Sanlúcar enlazó con la voz cobriza de El Pele, que conectó con el quejido lunar de El Cigala, fusionado en las estribaciones de la noche con el cante añejo y noble de Fosforito. Los ritmos alegres y marítimos de Chambao daban el relevo al arte joven y cordial de Gabriel Expósito y David Pino, y en la otra orilla de la ciudad Juana Martín derramaba su talento vanguardista, su semántica audaz de formas y armonías. La limpieza expresiva de Luis de Córdoba prolongó su cadencia de luz y hondura en una mixtura de acentos, una confusión de voces y músicas que embadurnó la madrugada de belleza y sentimiento: Rafael Ordóñez, Alberto Lucena, Merengue de Córdoba, Luis Calderito, Curro de Utrera, Joaquín Garrido. Y las textura de jazz renovado y sensual de Susana Raya, y el sueño delirante de Juan Carlos Villanueva, y el flamenco como excusa para la excelencia, como el paisaje de todas las emociones, en el lienzo prodigioso de Antonio Povedano.

Así fue, en resumen estruendosamente breve, La Noche Blanca del Flamenco. La noche en que Córdoba reforzó su idilio con una cultura que, desde sus orígenes andaluces, sigue colonizando plazas en su conquista de un estatus de universalidad que ya pocos le niegan. Casi 600 artistas desplegaron sus propuestas a lo largo de nueve horas en más de 50 escenarios: una manifestación cultural y festiva sin precedentes en la ciudad. Hubo espacio y oferta para puristas y modernos, para sobrios y bulliciosos, para peñistas y rocieros, para Lorca y Manolete. Los artistas locales protagonizaron un amplio cartel en el que también figuraban algunas de las grandes personalidades del flamenco actual, con el maestro Fosforito al frente. Es difícil calcular el número total (incluso el particular de algunos espectáculos en la calle) de asistentes a las actividades de la Noche Blanca. A la espera del balance oficial, sólo puede decirse que fueron muchos miles de personas los que se sumaron a la llamada del Ayuntamiento de convertir la ciudad en una gran fiesta de la convivencia en torno al arte.

Fue como un virus en expansión. Llegó a la Cuesta del Bailío y al Puente Romano, al Museo Julio Romero de Torres y al Palacio de Orive, a siete peñas y 11 plazas, a varias galerías de arte, al Jardín Botánico y el Patio de los Naranjos, al Compás de San Francisco, la Casa de las Campanas, los Jardines de Colón, la Fundación Antonio Gala. Cinco tabernas permanecieron de guardia toda la noche y varios restaurantes ampliaron su horario habitual.

espectacular inicio

Fue una gozosa yuxtaposición de talentos, presentada con el título un poco arbitrario de Omeya. Manolo Sanlúcar, Miguel Poveda e Israel Galván fueron los protagonistas del primer gran espectáculo de la noche, que tuvo como escenario la plaza de las Tendillas, abarrotada. Más allá de los elementos negativos que suelen concurrir en este tipo de manifestaciones (retraso de 25 minutos en el comienzo, sonido defectuoso que fue mejorado a lo largo del espectáculo, gente que en mitad del estribillo comentaba el Holanda-Rusia), los asistentes disfrutaron de un agradable rato de flamenco precedido de una serie de animaciones cómico-teatrales por toda la plaza.

"Es un día grande para la cultura y para la música", dijo al empezar un Manolo Sanlúcar al que siempre se le nota a gusto en Córdoba. El veterano guitarrista comenzó con su célebre Maestranza (perteneciente al memorable disco Tauromagia) y encadenó temas de distintas obras (entre ellos los lorquianos El poeta pide a su amor que le escriba y Son de negros en Cuba) para concluir, en compañía de Carmen Grilo, con una hermosa pieza inspirada en la pintura del sevillano Baldomero Romero Ressendi.

Pero mucha gente había ido a las Tendillas, fundamentalmente, a ver a Poveda, considerado uno de los grandes valores de los cantaores de nueva generación. Y no decepcionó. Poveda, badalonés, canta con seguridad y orgullo, con voz de metal joven y sabio y cierto encanto natural para conectar con el que le escucha: Pregúntale al platero que cuánto vale / ponerle a tu zarcillo mis iniciales.

Y la fiesta, con su lógica o su argumento íntimo que hay que buscar en las notas de la organización ("Desde el centro mismo de la historia y tamizada por el aire fresco de las cuerdas de una guitarra gloriosa, nos llega la voz mágica del duende flamenco, mecida por el vigor de un cuerpo en movimiento, aunando la sustancia misma del arte con la emoción sincera de unos ojos que esperan ansiosos que se produzca el milagro de la comunicación más honda"), continuó con Israel Galván, puro virtuosismo y pura materia flamenca, ya al filo de la medianoche y de la amenaza contraprogramadora de Chambao y El Pele.

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