Cordobeses en la historia

Un catalán de nacimiento enamorado de Córdoba y su Patrimonio

  • Félix Hernández Giménez nació en Barcelona, su integración en esta ciudad le hizo pasar por andaluz, y su amor a ella nos legó los trabajos más destacados hechos sobre su Patrimonio

POCO sabemos de los orígenes familiares de Félix Hernández Giménez, este sabio que tanto hizo por Córdoba. Conocemos que fue hijo de Tomás Hernández García, ignorándose el nombre de la madre; que tuvo un hermano llamado Marcos y que nació en Barcelona el 21 de junio de 1889. En la Ciudad Condal hizo el bachillerato, y allí ingresó en su Escuela de Arquitectura en 1906, concluyendo los estudios brillantemente en 1912, habiendo sido decisivas para su vocación hacia el Arte las conferencias pronunciadas por su entonces joven profesor de Historia del Arte José Pijoán, cuando Félix Hernández cursaba 2º y contaba con 19 años.

Comienza su actividad profesional en Barcelona, pero pronto, como arquitecto de Hacienda y Municipal de Soria, tiene en 1915 su primera experiencia en una de sus pasiones que sería una constante en toda su vida, la Arqueología sobre el terreno, y en la ciudad machadiana levanta un plano de un sector de Numancia. Sería también en Soria donde conoció a la muchacha con quien contraería matrimonio en 1917, Victoria Sanz Legaz, madre de su hija Luisa.

Tras una estancia en Sevilla invitado por unos amigos, se hizo con la plaza de Arquitecto Municipal de Linares, ciudad desde donde arribó a una Córdoba en pleno proceso de profundas reformas y crecimiento urbanísticos, a principios de los años 20 del pasado siglo. En 1921 es miembro de la Comisión Provincial de Monumentos, y desde 1920 a 1930 deja en la ciudad auténticas joyas como arquitecto constructor, entre las que destacan las viviendas de la avenida del Gran Capitán, la casa Hoces Losada de Concepción o la casa Colomera en las Tendillas, plaza que abrió a finales de dicha década siendo ya arquitecto municipal, restaurando igualmente el alminar de San Juan de los Caballeros. Posteriormente fue asimismo el encargado de la espléndida restauración del antiguo palacio de los Páez de Castillejo, actual sede del Museo Arqueológico.

Sin embargo, fue la muerte en Madrid en 1923 del entonces director de las excavaciones de Medina Azahara y restaurador de la Mezquita-Catedral, Ricardo Velázquez Bosco, el suceso que definitivamente sellaría la indisoluble unión de Félix Hernández y Córdoba, al ser designado en 1924 continuador de la tarea de aquel. Con relación a Medina Azahara, en ese año y gracias a un plano topográfico levantado por Hernández Giménez escala 1:800, con curvas de nivel equidistantes un metro, según refiere la profesora Ana María Vicent Zaragoza, se descubrió totalmente la ciudad palatina. De sus trabajos aquí, divididos en dos etapas (de 1924 a 1936, y de 1944 hasta su muerte), sobresale el realizado en el llamado Salón Rico.

Otra importante labor fue la desarrollada por él en la Mezquita-Catedral a partir de 1930, y es preciso resaltar, entre sus innumerables obras, su libro El Alminar de ´Abd Al-Rahmán III en la Mezquita Mayor de Córdoba (Génesis y Repercusiones) que vería la luz en 1975, publicado curiosamente por el Patronato de la Alhambra de Granada. En sus más de 300 páginas, está probablemente la información más exhaustiva y precisa, hecha sobre el alminar de Abderramán III, cuyos restos se encuentran bajo las paredes de la torre cristiana de la Mezquita sirviéndole de base y pilar. Dada su condición de arquitecto, la obra contiene unos magníficos planos recreando tanto este minarete como el que encontró y señaló en el Patio de los Naranjos a unos 10 metros de la puerta del Perdón, que correspondió a la primera Mezquita y fue levantado por Hixam I tras concluirla sobre las ruinas del templo comprado a los visigodos, bajo pacto de construir sus iglesias en los arrabales. El estudio contiene asimismo magníficas láminas de sellos, pesas, escudos, reproducciones y fotografías de todos y cada uno de los detalles, tanto de esta Mezquita Mayor cuanto de los numerosos templos que se miraron y bebieron de ella, desde Toledo a Marrakech pasando por Sevilla, Ripoll o Rabat. La comparación de estas fotografías con el aspecto actual del monumento, es el más fiel testigo del proceso estético de cristianización que ha sufrido la vieja Aljama, dándose la paradoja de que sus copias han sido capaces de conservar la estética que el alminar cordobés perdió, como es el caso de la Giralda de Sevilla, y su réplica (la Kutubiya), el campanario de Breda o la torre de S. Miguel de Fluviá.

La obra de Félix Hernández Giménez está reconocida internacionalmente, y pese a la modestia que le caracterizaba, está en posesión de una lista de galardones, tan larga como su sabiduría, entre los que destacan en 1964 la investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad Técnica de Berlín, en 1966 la Encomienda de la Orden de Alfonso X El Sabio, en 1972 la Medalla de Oro de la Dirección General de Bellas Artes, o la Medalla de Oro al Mérito Turístico, la del Colegio de Arquitectos de Andalucía y Badajoz, y en 1975 es investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada.

Su amada Córdoba lo vio morir siendo bisabuelo a las 19:15 del sábado 17 de mayo de 1975, entre el llanto de su más fiel colaborador Manuel Ocaña Jiménez, y el de sus compañeros Antonio Fernández Puertas y Ana María Vicent.

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