6 de diciembre: el pacto que nos sostiene
6 de diciembre: el pacto que nos sostiene
Para que una Constitución pueda nacer es básico que exista la voluntad y la valentía de abrirse al diálogo, desde la conciencia de que dialogar implica aceptar que tu adversario puede ser portador de un núcleo de verdad que tú aún no posees
Una vieja historia cuenta que dos amigos, migrantes italianos, cruzaban el océano en un barco a comienzos del siglo pasado para llegar a América. Uno dormía en la bodega y el otro en la cubierta. Este último advirtió que el tiempo empeoraba, que las olas crecían y que el barco empezaba a balancearse con violencia. Preguntó entonces a un miembro de la tripulación si corrían peligro, y este le respondió: “Si la mar continúa así media hora más, lo más seguro es que nos hundamos”. Al oírlo, el migrante corrió a la bodega para despertar a su compañero y avisarle del riesgo inminente: “Pepe, Pepe, despierta; si esta mar sigue así, en media hora el barco se habrá hundido”. El otro le contestó: “¿Y a mí qué me importa? ¡Este barco no es mío!”.
Cada vez que se acerca el 6 de diciembre recuerdo esta anécdota a mis estudiantes del grado de Derecho y les hablo de quien la contó hace setenta años: Piero Calamandrei, uno de los padres de la Constitución italiana de 1947. Al aproximarse el final del primer cuatrimestre me doy cuenta de que no bastaría todo el tiempo del mundo para abordar lo esencial de una asignatura como Derecho Constitucional. Por eso, cuando llega diciembre redoblo esfuerzos para explicar a quienes me acompañan en clase que el 6 de diciembre no es un día cualquiera.
Les cuento que ese mismo día, hace casi medio siglo, tuvo lugar uno de los hitos más importantes de un proceso largo y complejo —la transición democrática— cuyo éxito no estaba garantizado. Intento hacerles ver que lo ocurrido entonces fue extraordinario: lo que formalmente parecía la ratificación de un texto legal constituyó, a todos los efectos, uno de los pasos decisivos hacia la reconciliación.
Cuando explico esto, les muestro El Abrazo de Juan Genovés, una imagen que, como recuerda el propio autor, quería representar “las miles y miles de personas que luchamos para que nuestro país no fuera diferente”. La estatua que reproduce esa obra, situada en la calle Atocha de Madrid, está cerca del que fue el despacho de unos jóvenes abogados laboralistas —juristas como ellos serán algún día— que dedicaban su tiempo a la defensa de las clases más débiles y que perdieron la vida por actos de otros jóvenes, seducidos por el odio y la violencia, en una triste tarde de enero de 1977.
En estas fechas insisto en que una Constitución no es cualquier cosa y que merece la pena estudiarla y dedicarle tiempo. Aunque en clase la tratemos como un contenedor de normas jurídicas —una fuente del Derecho—, insto a no perder de vista su esencia: el hecho de ser la expresión de una voluntad popular amplísima que se vierte sobre un pacto social y político, sobre la organización del Estado y sobre principios irrenunciables que guiarán la convivencia de un pueblo soberano.
Me preocupo especialmente por recordar que incluso países con graves déficits democráticos tienen una Constitución. Pero una Constitución auténtica es la que se redacta desde el pluralismo y con el compromiso de personas de ideales distintos que poseen la inteligencia emocional necesaria para no levantar diques de contención frente al otro. Eso es lo básico para que una Constitución pueda nacer: que exista la voluntad y la valentía de abrirse al diálogo, desde la conciencia de que dialogar implica aceptar que tu adversario puede ser portador de un núcleo de verdad que tú aún no posees.
Por eso explico que una Constitución —su Constitución— es, antes que nada, un programa y un ideal político compartido; una esperanza y un compromiso que nos llama a todas y todos a mantener ciertas promesas y a realizar ese mismo ideal.
Los animo a no entregarse al desasosiego. Les advierto —aunque muchos ya lo vivan en su día a día— que encontrarán personas que intentarán convencerles de que es inútil creer en la Constitución y en la Política; y que, no obstante, no deben rendirse. Como afirmaba Calamandrei, “la Política no es algo agradable. Pero la libertad es como el aire: te das cuenta de cuánto vale cuando te empieza a faltar”. Así, aunque las noticias hablen a diario de corrupción, clientelismo, confrontación y polarización, deseo que quienes me acompañan en clase sepan que pocas actividades son tan nobles como la Política cuando se centra en buscar soluciones a los problemas de convivencia desde la empatía, el respeto y el diálogo.
Así, cuando llega el final del cuatrimestre, espero haber conseguido que sientan la Constitución como algo propio, como esa solemne afirmación de solidaridad social, de solidaridad humana, de la que un día habló Calamandrei, recordando que todos compartimos un destino común, que no estamos solos y que nuestro país y nuestra Constitución son nuestro barco, que debemos cuidar y amar. Porque en esta historia compartida que llamamos convivencia, si nos hundimos, nos hundimos todos.
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