El retrovisor

'Pepichi' Torres, el mago

  • El centrocampista se formó en las divisiones inferiores del Betis y destacó como profesional en el Hércules, el Córdoba y el Xerez. Se retiró en las filas del Antoniano, en Tercera.

Fue sólo un trienio y ha pasado más de una década desde entonces, pero resultó un periodo futbolístico maravillosamente turbulento y excesivo, que impactó de forma brutal en la memoria colectiva del cordobesismo. A mediados de los 90, en pleno apogeo de Rafael Gómez y su singular inyección –económica y sentimental– para resucitar a un club hundido en la Segunda B, llegó a la ciudad José Torres Rodríguez,  un futbolista desconocido para el gran público pero que figuraba en los primeros lugares en la agenda de fichajes que Crispi había compuesto para cumplir la promesa que hizo al carismático Sandokán de forjar a un Córdoba campeón. El fino centrocampista sevillano, criado en los escalafones inferiores del Betis, había guiado al Hércules hasta la Segunda División y fue reclutado, a golpe de chequera, junto a otros nombres que terminarían dejando huella en la ciudad, como el meta uruguayo Avelino Viña o los delanteros Quini y Manolo.

Hay quien dice de él que fue el Mágico González del Córdoba, un tipo dotado naturalmente para el fútbol que daba la impresión de estar de prestado en una competición que no le correspondía. Su talento era siempre superior a su circunstancia, lo que le sirvió para describir una singular carrera que comenzó y terminó en su pueblo, Lebrija, donde actualmente regenta un comercio de artículos deportivos. En medio, una itinerario por plazas de segunda y tercera categoría con ansias de progreso, siempre con la maleta a cuestas y el sambenito –seguramente exagerado, según versiones– de genio incomprendido y amante de los placeres mundanos. “Le gustaba la fiesta lo mismo que a otros, pero él se dejaba ver y hablaba con todo el mundo. Siempre ha sido todo corazón”, cuenta de él un compañero de vestuario de aquella época de alta intensidad.

La vida futbolística de Torres resultó siempre enigmática y extraordinariamente adictiva para quienes le vieron jugar, que no le olvidan. En el Hércules, el Córdoba y el Xerez, sus tres principales equipos, los aficionados le colocan entre sus iconos. Veía soluciones antes que nadie, multiplicaba el valor de sus compañeros y, como aquellos actores a los que la cámara quiere, era capaz de enamorar al graderío con su estilo apasionado y su fútbol intuitivo, nacido de las entrañas, poco académico y alejado de la regularidad, pero imprescindible en una formación que le tenía como creativo de referencia. Sus celebraciones tras los goles, corriendo como un poseído sin destino ni mesura, quedan para el recuerdo.

Siempre fue el el mismo, desde que brillaba en los cadetes del Betis –junto a Loreto, luego compañero en el Córdoba, o Zafra, que llegó a Primera– hasta el día en que le tocó, en mayo de 2004, apretar los dientes en un partido en el Municipal de Lebrija frente al Montilla en el que el equipo de su pueblo se jugaba la permanencia en Tercera ante el cuadro vinícola, ya descendido. Ganaron por un rotundo 5-1 y Pepichi fue el héroe de la tarde. Fue su última hazaña antes de decir adiós, con la zamarra antoniana, en la campaña siguiente.

El trienio blanquiverde de Pepichi fue inolvidable. Fue titular indiscutible durante tres cursos, del 94 al 97, con cinco técnicos:Crispi, Verdugo, Pedrito, Campos y Chato González. ¿El balance? Tres clasificaciones para el play off, dos títulos de grupo en Segunda B y 122 partidos. Ahí queda eso. El Córdoba no ha vuelto desde entonces a ser campeón.

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