Lunes Santo · Sentencia

Elegancia cofrade en San Nicolás

  • Familias con niños y grupos de amigos acuden al paso de la hermandad de la Sentencia.

CON paso elegante, nobleza y decisión, Nuestro Padre Jesús de la Sentencia encaraba la calle San Felipe, con dirección a la Mezquita-Catedral, para iniciar una estación de penitencia que el año pasado no pudo cumplir debido al mal tiempo. El suave caminar del Señor de San Nicolás de la Villa acaparaba todas las miradas, las de los abuelos y sus nietos, las de los jóvenes que van de un lado para otro en grupos y las de muchos bebés que probablemente viven este año su primera Semana Santa de procesiones. Desde sus cochecitos y semidormidos o a hombros de sus padres, algunos disfrutaron de sus primeras marchas procesionales y aplausos a las levantás de los costaleros. Unos aplausos que ellos imitaban a destiempo, mientras los pasos del Señor y la Virgen iban alejándose y perdiéndose hacia la plaza de las Tendillas.

A las 17:00 la plaza de San Nicolás esperaba a rebosar la salida de esta hermandad radicada en pleno centro de la ciudad y que es una de las que más nazarenos lleva. Pasadas las 18:00, el Señor de la Sentencia abandonaba su barrio para introducirse en la Judería. Tras él, María Santísima de Gracia y Amparo tomaba el testigo a la salida de su templo desprendiendo refinamiento ante los cientos de ciudadanos y turistas que la esperaban aguantando un fuerte sol que decidió salir por la tarde tras una mañana nublada. "Vamos a ponernos a la sombra y cuando venga el paso nos acercamos", indicaba una señora a su amiga, que la seguía hasta el árbol más cercano para resguardarse algo del calor. Mientras tanto, un grupo de amigos con sus bebés se ponía al día de sus vidas y comentaba sus primeras experiencias en la paternidad.

Todos esperando a una Sentencia que se gustaba por los alrededores de su templo, alejándose y acercándose a su casa, que brillaba al acercarse hacia la Mezquita, que mostraba la sencillez de Jesús tras recibir la condena de Pilatos junto a Barrabás, dos romanos, un sanedrita y Claudia Prócula.

Una injusta sentencia de muerte que se transforma en sentencia de vida eterna y que el Señor de San Nicolás, obra de Martínez Cerrillo, acata con rostro sereno y entrega a la voluntad de Dios. Tras él su madre, con su belleza rota por el dolor, lo seguía con gracia por las estrechas calles de la Judería, casi rozando los balcones con sus varales, llevada con mimo por sus costaleros, cumpliendo su penitencia, llorando su propia sentencia.

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