Pasión en sepia

Domingo de Ramos: palmas y olivos

  • La ciudad aparece más viva que nunca. Las familias pasean tranquilas y los más pequeños quieren aclamar a Cristo que entra en Jerusalén un año más

Antiguo paso de la Borriquita por Las Tendillas.

Antiguo paso de la Borriquita por Las Tendillas. / Archivo Fundación Cajasur.

Comienza un nuevo día. Pero no es una jornada cualquiera. Ha amanecido el día fresco. El cielo va azuleando poco a poco. Pronto el sol se hará presente. Los más pequeños remolonean en la cama. Hoy no hay colegio. Es domingo, pero no es un domingo cualquiera. Hoy es Domingo de Ramos. Es el punto de partida para una nueva Semana Santa. En el patio el padre riega y arregla las plantas. La primavera las ha dotado de una nueva vida. Todo es aroma y fragancia. Las frecsias, conocidas por la abuela como palmiras, desprenden un olor especial.

El limonero está cuajado de azahar. Comienza a ajarse y a caer. Blanquea, como si se tratase de una nevada primaveral, los guijarros del patio. El gato se despereza cuando escucha el agua de la fuente. Asustado y temeroso de algún inesperado remojo, corre al interior de la vivienda. Allí huele a café recién hecho. También a pan frito en aceite muy caliente. La casa va cobrando vida poco a poco. Los niños están inquietos. Los mayores saben que los días grandes acaban de llegar un año más. Hay que vivirlos.

Las campanas de las iglesias cantan con sus repiques de bronce. Una vez más llaman a la celebración del ritual que para hoy marca la liturgia. Pero antes hay que acicalarse. Ya lo dice el refranero: Domingo de Ramos, quien no estrena, se le caen las manos. Los estrenos son los que la modesta economía doméstica permite. Aún así todos llevan algo novedoso. Algunos más, y otros menos, pero todos lucen prendas nuevas en su vestuario. Corbatas, calcetines, alguna camisa, o vestidos cortados y cosidos por las manos experimentadas de las abuelas, y alguna mozuela estrena sus primeras medias y tacones.

Las campanas siguen tañendo. Todo es premura. El patio de los Naranjos es un vergel. Los aromas a azahar se mezclan con el incienso. El obispo bendice las palmas y ramos de olivo que son portados en la tradicional procesión. Las autoridades municipales acompañan al prelado, miembros del Cabildo Catedral, clero y fieles en general. La banda de música, dirigida por don Dámaso, interpreta un selecto repertorio. A la conclusión de la procesión comienza la misa. Las cruces aparecen veladas por tules y sedas de color morado.

El ceremonial empieza. Es rico y variado. La liturgia es solemne. El Evangelio nos narra la Pasión y Muerte del Señor según San Mateo. Los pulpitos son ocupados por los concelebrantes, mientras el papel de Cristo es ocupado por el oficiante. A pesar de su extensión la dramatización hace el oficio religioso llevadero.

La solemnidad del Dominica in Palmis de Passiones Domini, se repite por todas la iglesias de la ciudad. Son los curas párrocos y sus coadjutores los encargados del ceremonial. La liturgia llega a todos los feligreses, tal vez con menos boato, pero con el mismo mensaje. La sencillez es notoria. Algunos cofrades, como los hermanos del Santo Sepulcro de la Compañía, revestidos con sus capas negras completas y golas almidonadas dan un aire aristocrático y caballeresco a la jornada, cuando transitan por los aledaños del colegio de Santa Victoria.

hermanos del Santo Sepulcro en la procesión de Palmas de la parroquia del Salvador y Santo Domingo de Silos hermanos del Santo Sepulcro en la procesión de Palmas de la parroquia del Salvador y Santo Domingo de Silos

hermanos del Santo Sepulcro en la procesión de Palmas de la parroquia del Salvador y Santo Domingo de Silos / Archivo Fundación Cajasur.

Cuando la misa, extensa, termina es la hora del paseo antes del almuerzo. La ciudad aparece más viva que nunca. Las familias pasean tranquilas. Las mocitas muestran su risa nerviosa y fresca ante los galanteos de zagales, o algún soldado de reemplazo. Los niños juegan felices. Es un domingo especial. Todo pasa deprisa. Tan esperado y luego se escapa como el agua de entre los dedos. El almuerzo es frugal. La tarde será intensa.

Los más pequeños de la casa quieren aclamar a Cristo que entra en Jerusalén un año más. Desde la iglesia de la Trinidad, sobre las cinco de la tarde, partirá el infantil cortejo. Niños vestidos con túnicas, otros con su traje de comunión, incluso alguno con la ropa estrenada esa misma mañana, y portando palmas, aclaman la efigie del Señor que ha labrado Martínez Cerrillo.

Jesús es aclamado, para horas más tarde ser cautivo y Rescatado en la castiza plaza del Alpargate, siendo seguido por todos sus fieles que no quieren dejar solo a su Señor, que avanza solemne, hierático y maniatado al encuentro de toda Córdoba.

Mientras tanto desde Santa Marina, con aroma a romero, clavo y canela la Virgen de la Esperanza es consolada por saetas por martinetes y seguiriyas, enjugando con imaginarios pañuelos de blondas las lágrimas que surcan su tez morena, entre duquelas y penas. Es domingo, pero no es un domingo más. Es Domingo de Ramos.

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