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La segunda vida del Palacio Ducal

  • El Ayuntamiento organiza las primeras visitas al complejo palaciego, terminado de construir en 1787 por el VI conde de Fernán Núñez, para mostrar el resultado de los primeros trabajos de restauración

Las puertas carcomidas y los muros con humedad conviven estos días con estancias que recuperan su opulencia, como si la luz volviera a entrar en el Palacio Ducal, en Fernán Núñez, tras años de oscuridad. El palacio es la "seña de identidad" del municipio, subraya la alcaldesa, Elena Ruiz (IU), un "emblema" en rojo almagra que bombea el imaginario colectivo de los vecinos. "Cuando se hace un cuestionario para definir adónde deberían ir las inversiones del Ayuntamiento, la respuesta siempre es la misma, al palacio", dice la regidora. Es lo que ha hecho la administración local desde hace cinco años, un periodo en el que ha gastado 700.000 euros para detener el deterioro del monumento e intentar devolverle su esplendor.

Aunque todavía queda mucho por hacer. Un informe redactado hace una década establecía en seis millones la factura íntegra de lo que supondría la restauración completa del complejo, una cuantía inasumible para un Ayuntamiento con un presupuesto anual que ronda los siete millones y que apenas puede reservar 300.000 euros a inversiones. Y de esta partida tienen que salir el arreglo de las calles y la construcción de otras infraestructuras, dice Ruiz. Así que la intervención se hace "poco a poco", a base de remanentes y de las subvenciones de la Diputación que, hasta el momento, ha sido la única administración involucrada en el proyecto.

"Por aquí han pasado consejeros y ministros. Vinieron Carmen Calvo cuando estaba en la Junta de Andalucía y Miguel Ángel Moratinos cuando era ministro del Interior. Hicieron una visita y adiós, muy buenas", lamenta la alcaldesa. El Ayuntamiento fernannuñense también ha solicitado en reiteradas ocasiones las ayudas del 1% cultural del Gobierno central con el mismo resultado: "Siempre se han denegado", dice.

Con 2.500 metros cuadrados de jardines y una planta construida de 1.200 metros en tres alturas, el Palacio Ducal, declarado Bien de Interés Cultural (BIC), es una excepción arquitectónica en la provincia de Córdoba. De estilo neoclásico, fue mandado construir por Carlos José Gutiérrez de los Ríos, VI conde de Fernán Núñez, cuando era embajador en la ciudad de Lisboa. Inspirado en la fachada del Palacio de las Necesidades de la capital portuguesa, donde se encontraba la embajada española por aquel entonces, es fácil imaginar el impacto que produciría su construcción en 1787 en un municipio de casas blancas y bajas cuyo edificio más destacado era la robusta iglesia de Santa Marina de Aguas Santas.

En torno al palacio se construyeron las caballerizas, edificios administrativos, un colegio y un mesón y, a posteriori, las casas consistoriales terminaron por cerrar la configuración de lo que ahora se conoce como plaza de Armas. A principios de la década de los 80 del pasado siglo, la casa nobiliaria donó el inmueble principal al Ayuntamiento y vendió el resto de las propiedades. Las dependencias palaciegas, ya deterioradas, fueron archivo, lugar de reunión de distintas asociaciones e incluso sede de la radio local Onda Marina. Pero finalmente el paso del tiempo terminó por clausurar a finales de los 80 esta mole neoclásica ante la mirada atónita de los vecinos, y son varias las generaciones que nunca han tenido la posibilidad de acceder a un inmueble que, paradójicamente, forma parte del día a día de la localidad.

Esta situación empieza a cambiar ahora gracias a las primeras visitas guiadas y teatralizadas que el Ayuntamiento está organizando y que permitirán que, entre julio y septiembre, unos 600 vecinos recorran el palacio, explica la concejala de Educación, Cultura e Infancia, Juana María Luna. Este mismo fin de semana tendrán lugar algunas de estas rutas, que intentan huir del carácter más academicista del patrimonio con actividades tanto para adultos como para niños. Y, durante el curso, para terminar de abrir el palacio a la ciudadanía, el Ayuntamiento promoverá visitas de los colegios, avanza la concejala. La idea del equipo de gobierno es abrir estancias conforme avanza la restauración: "Cuando uno visita el Palacio de Viana, por ejemplo, hay zonas a las que no tiene acceso porque se están desarrollando trabajos, y es algo que queremos hacer aquí", argumenta la primera edil.

El Palacio Ducal es una amalgama de pasillos mareantes y muros de distintas épocas que se superponen. La zona de residencia de los condes, la que da a la plaza de Armas, encierra una colección de estancias de porte suntuoso que años atrás debió vivir tiempos mejores. La portada neoclásica se abre a un recibidor de ingenuos trampantojos que quieren simular bloques de piedra; al fondo, arranca una ceremoniosa escalera rematada por una cúpula apuntalada. Antes de subir, sin embargo, el técnico de Cultura del Ayuntamiento, Ángel Marín, guía hacia la izquierda. Se llega así a la sala del administrador, una de las más nobles del recinto. De sus paredes cuelgan varios lienzos, entre ellos uno que ilustra el repartimiento de las tierras por Fernando III el Santo tras la reconquista de estos pagos. El cuadro ilustra cómo el monarca concede una torre -la antigua atalaya medieval sobre la que se asienta el palacio y cuyos restos son parcialmente visibles- a los ancestros de los condes.

Aunque la sorpresa aguarda tras una puerta: la capilla de Santa Escolástica, una estancia de planta cuadrada, la más alta de todo el palacio, de decoración opulenta. El Ayuntamiento ya ha invertido 140.000 euros en afianzar la cúpula y las balconadas y, en breve, destinará otros 54.000 para devolver el esplendor a la decoración artística, detalla el concejal de Urbanismo, Alfonso Alcaide. Marín explica que el VI conde la erigió en recuerdo de su hermana y en ella se ofrecía una "misa perpetua" por el alma de la fallecida. La capilla, de muros adornados por una especie de arabescos en azul y rojo, está rematada por una bóveda elíptica y una linterna ciega. Faltan los cuadros que la enriquecían y tampoco están en las ornacinas las efigies de Santa Escolástica, San Carlos Borromeo y Santa Marina en las tres ornacinas, a quienes ahora se rinde culto en la parroquia. Uno de los elementos ornamentales más singulares de la capilla son las tribunas desde las que los señores seguían la liturgia, rematadas por medallones conmemorativos. Las dimensiones de la capilla muestran la importancia de la religión en la época: no es sólo que la estancia ocupe el torreón izquierdo del complejo en su totalidad, sino que es la estancia de mayores dimensiones del palacio. La idea del equipo de gobierno es dedicarla a la celebración de bodas civiles y a actos culturales cuando finalicen los trabajos de embellecimiento.

La escalera central también sorprende por su tamaño monumental: no hay que fantasear mucho para imaginarse a los señores descendiendo en busca de sus invitados. Los materiales nobles como el mármol de los bustos -posiblemente, efigies de reyes godos según algunos estudiosos- conviven con otros más mundanos, como piedras de poca calidad y más trampantojos, señal de que la economía del linaje tal vez no era tan potente como la fachada sugería.

Fue en la planta alta donde se focalizaron todas las innovaciones espaciales del nuevo estilo cortesano. Aquí se sitúan los cuartos privados de la familia, con dos áreas diferenciadas a la manera de un appartement privé en cada una al gusto afrancesado imperante, uno para el señor y otro, el más opulento, para la señora. En su tiempo, cada zona contó con antecámaras, cámaras, alcobas y retrete; los gabinetes se situaron en la parte trasera del palacio, que daba directamente al jardín. El conde prestó mucha atención a la habitabilidad del edificio, como lo demuestra el hecho de que, al margen del sistema de calefacción mediante chimeneas, el propio noble proyectó, en el sector de su esposa, un innovador diseño de baño a la inglesa que contaba con sistema de agua fría y caliente. De la opulencia de aquellos años apenas quedan ahora las chimeneas de mármol oscuro; lo demás son amplias estancias vacías por las que campan a sus anchas las humedades y, en las galerías que conducen al jardín, se acumulan entre polvo puertas y ventanas a la espera de ser repuestas.

La ruta vuelve a la planta baja, donde los trabajos de restauración han descubierto varias sorpresas en torno al pequeño patio interior del complejo, en el que se esfuerza en crecer una higuera. Las sucesivas obras sepultaron un muro de tapial de origen árabe, que ahora ha salido a la luz, y una galería arqueada que, por la tipología del fuste ochavado, recuerda a la del convento de Santa Clara de la Columna de Belalcázar y podría ser tardomudéjar. A unos metros está la cocina, en la que los condes no escatimaron dinero. Hay una lumbre, un horno y una cocina tipo Bilbao de fundición, que en su momento debió ser como una vitrocerámica de inducción. La estancia, ya recuperada, formará parte de la zona musealizada del palacio junto a la galería ya habilitada para exposiciones temporales, antigua alhacena. Esta última estancia se abre al jardín. El Ayuntamiento lo recuperó en los 90 al gusto francés, con arbustos de boj de los que emanan aromas atlánticos y un ciprés como punto central. Al fondo, más allá del caserío, está la Campiña con sus trigales ya segados, sus vides y sus olivares, tierras que, hasta donde la vista alcanza, también pertenecieron al conde.

La capilla, con la cúpula ya asegurada.

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