Sánchez juega al enroque

EDITORIAL

Tras una comparecencia la semana pasada en la que pidió disculpas a la ciudadanía, pero en la que descartó asumir cualquier responsabilidad personal, el presidente del Gobierno, fiel a su manual de resistencia, ha decidido enrocarse en La Moncloa en la confianza de que la tormenta que descarga sobre él vaya perdiendo intensidad a medida que pasen las semanas. Esa es la respuesta de Pedro Sánchez a la mayor crisis política que vive su partido desde los años noventa y que irremediablemente y por mucho que él quiera eludirlo salpica, en proporciones no pequeñas, al Gobierno. Ni someterse a una cuestión de confianza, ni renunciar a su puesto para dejar paso a otro candidato socialista ni, mucho menos, someterse al escrutinio de la ciudadanía en unas elecciones figura en el plan que ha trazado Sánchez para huir no se sabe muy bien hacia dónde. Lo que queda fuera de toda duda es que el presidente, su partido y el Gobierno han sufrido con las revelaciones sobre los tejemanejes de Ábalos, Cerdán y Koldo un golpe de dimensiones tales que en cualquier democracia occidental hubiera conllevado la caída del Ejecutivo. Sánchez ha preferido atrincherarse e iniciar una larga agonía política que se prolongará el mismo tiempo que dure la legislatura. El presidente cuenta con una carta que tampoco es muy habitual en los sistemas democráticos solventes: la oposición carece de margen de maniobra, a pesar de la gravedad de la situación, para reventar el sistema de alianzas parlamentarias que sostiene al Gobierno y propiciar una moción de censura con el compromiso exclusivo de convocar elecciones a la mayor brevedad posible. Todavía es pronto para evaluar el daño que los últimos acontecimientos han provocado en el edificio constitucional español. Pero pensar que la sacudida que ha experimentado el país será inocua es no querer ver la realidad. Tenemos un Gobierno encastillado y una oposición que no es capaz de horadar la muralla. Un panorama, además, que se agrava según pasan los días.

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