Lo mínimo

17 de febrero 2025 - 03:08

Lo mínimo que pueden hacer por nosotros los que mandan es no molestar. Lo que deberían hacer es su trabajo, para lo que, además en nuestras democracias occidentales, se presentan al cargo, mueven Roma con Santiago para llegar al machito, estiran cuanto ni siquiera hay para hacer ver que sí hay, aunque ya no haya, y a renglón seguido, sin un atisbo de vergüenza ni dignidad, arramblan con lo poco que queda de pie, dándole tal zamarrazo que, en el mejor de los casos, la estructura se bambolea y, en el peor, desaparece. Cuando esto ocurre, sin sonrojarse, nos cuentan la milonga de que, de cualquier forma, esto es lo mejor que nos podía pasar, que gobernar es elegir y muy difícil, que (pensando en el bien común) lo han hecho por el nuestro, pero, esto ya no lo dicen a las claras, como somos unos lerdos manipulables no nos lo contaron, no fuera a ser que descubriéramos la miseria que nos ofrecen y nos dejan como legado.

Soy un demócrata convencido de toda la vida, comprometido intelectualmente con las tres causas esenciales de toda sociedad: la libertad, la igualdad y la solidaridad. Por eso mi enfado es, a diferencia del título, máximo. He invertido mucho esfuerzo voluntario en predicar y, en algunas etapas muy intensamente, aplicar los beneficios de un sistema garantista público que viniera a garantizar la libertad, deshacer los obstáculos de origen que impidieran la igualdad de condiciones por cualquier razón y articular mecanismos de solidaridad que contribuyeran a paliar la mala situación de quienes, a pesar de todo, no consiguieran subirse al carro de la prosperidad. Como es lógico, al menos, como nos han dicho siempre que lo es, he defendido que todo esto no puede sufragarse con buena voluntad, sino que hace falta dinero y, para ello, he sostenido que los impuestos son necesarios, justos y que hay que contribuir para que el sistema marche. En este punto, también con el automatismo de que pague más quien más tiene, porque, a priori, parece también razonable. Soy un demócrata convencido de toda la vida que se está hartando.

He coincidido la pasada semana con varias personas que tienen éxito y es probable que sean envidiados por ello, porque la cara visible del triunfo deja siempre ocultos el tiempo, el esfuerzo y los malos ratos para lograrlo. Son competentes y competitivos, porque ese mismo éxito es incompatible con la falta de solidez y de arrojo. Y tienen criterio. Y con ese criterio ven y sufren con perplejidad la escasa respuesta que les aporta para lo que son la parafernalia vacía del sistema. No tienen desafecto; tienen poco tiempo para perderlo. Por eso se han fabricado un esquema donde ellos son principales y el sistema es mínimo. No esperan que les hagan algo, lo hacen ellos y aspiran a que no les cueste un riñón la creación que aportan. Y, sí, creen como yo en la libertad, la igualdad y la solidaridad, pero sin cantos de sirena. Para reflexionar seriamente.

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