No más cuentos

¿Era un reino muy, muy lejano... o no tanto? Que no nos cuenten más cuentos. Ya está bien

En un reino muy, muy lejano, el rey no podía entrar en el territorio. Los desmanes en el interior se multiplicaban, y uno de ellos consistía en impedirle a él la entrada. Ya no se trataba de un reino de la época de los cuentos, con castillos encantados, princesas lazando trenzas a través de las ventanas de los torreones o príncipes obsesionados con la propietaria de determinado zapato. Esto no va de zapateros, aunque puede que todo comenzase con uno de ellos... Quiero decir, que se trataba de un reino con una Constitución, con unas leyes ajustadas a ella, incluso con un rey que sucedía a ese otro rey al que no dejaban entrar en su territorio.

Lo malo de este tipo de relatos es que no suelen atender a cómo vive la gente fuera de los salones de palacio. En éste, mientras los que ocupaban los sillones de mando se empleaban con dureza para no permitir la entrada del rey, la gente vivía cada vez peor. Los impuestos habían superado toda consideración normal, los ciudadanos entraban en las gasolineras con las manos en alto, conscientes de que se sometían a un atraco, el dinero obtenido de la gente se empleaba en acciones, o bien encaminadas al provecho personal del mandatario y sus secuaces, o bien directamente en proyectos nocivos para la propia gente que sufragaba aquella fiesta indecente, como el destrozo de la educación o una ley que permitía abortar a menores sin el conocimiento de sus padres. He dicho antes que no se dan encantamientos en este cuento, pero puede que sólo se pueda explicar tanta ruindad a través de la villanía de un nefasto Merlín. ¿Cómo, si no, se entiende que quepa tanta miseria moral en tan pocas líneas? ¿Por qué gran parte de los afectados siguen dormitando, como una Bella Durmiente que no se entera de lo que le están haciendo a ella y a sus hijos? ¿De qué otra forma se permitiría que millones y millones vivan como Cenicientas descalzas mientras el Gobierno más caro de la historia sigue derrochando a manos llenas y estúpidas lo que sustrae a los sufridos protagonistas?

El cuento no sé si tendrá final feliz. Me temo que van a quedar pocas perdices en la despensa cuando el tiempo o las urnas o Dios sabe qué desaloje del poder a los que ahora ocupan los destinos del reino. En vez de despensa, se presagian cajones llenos de facturas impagadas, impuestos confiscatorios y un reino, un país, una sociedad fracturada y en quiebra. ¿Era un reino muy, muy lejano... o no tanto? Que no nos cuenten más cuentos. Ya está bien.

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