La esquina
José Aguilar
¿Quién decide de qué toca hablar?
Su propio afán
De todo de lo que presumo me arrepiento tarde o temprano. Así venía presumiendo de un escaso interés por la casa reinante en Inglaterra. Después de los Estuardo, el trono había perdido bastante gracia. Sin embargo, las últimas noticias de los duques de Sussex me hacen lamentar no haber estado más atento.
Porque ahora todo me llega a retazos y con poca seguridad. Por lo visto, Harry se casó con una prometedora actriz norteamericana, Meghan Markle, que había estado ya casada. Todo resultaba muy siglo XXI y a la gente le pareció -me dicen y no me sorprende- maravilloso. Como un cuento de hadas (de Disney).
Por razones que no he seguido, la prometedora actriz y el joven príncipe han ido sintiéndose progresivamente [sic] molestos con sus papeles protocolarios dentro de la Casa Real y, en última instancia, han decidido emanciparse. Querían vivir su vida, redundancia muy siglo XXI también. Los ingleses, que tienen el don de Adán para poner nombres a las cosas, lo han llamado el Megxit, jugando con su reciente Brexit. Por lo visto, ha sido o está siendo un Megxit duro.
Justo aquí es donde a mí se me despierta un interés, aunque tardío, muy vivo. No por la dureza, que yo prefiero las formas suaves, sino porque hayan renunciado al título de altezas reales. Se quedan con el ducado, y no me extraña, por lo bien que suena Sussex en todos los sentidos. Aunque en su reciente discurso para la organización Sentebale, el marido de Meghan dijo que les hablaba "simplemente como Harry, no como duque ni como príncipe". Harry, pues, también perderá los títulos de capitán general de los Reales Infantes de Marina y comandante de honor de las Fuerzas Aéreas Reales. Sin juzgar nada (porque no conozco los antecedentes de hecho) quisiera aplaudir el gesto de renunciar a los títulos cuando uno no está por la labor de cumplir con las exigencias que esos títulos llevan aparejadas.
Me gustaría incluso que el ejemplo cundiese y que el que fuese doctor sin saber hacer la o con un canuto dejase el doctorado en la triturada de papel o que quien fuese un mentiroso patentado no se hiciese llamar "señor don". Imaginemos que quien no busca el bien común, rechazase el nombre de "político" y que quien no se preocupara de sus alumnos no se llamase «maestro». ¡Cuántas cosas estarían mucho más claras! En este sentido, Megan y Harry nos han dado un ejemplo extraordinario, realmente principesco, con perdón.
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