Fiesta del verano

Si todo está tan anodino y aburrido, probemos una solución mágica y sin duda eficaz: prohibámoslo

En algún lugar de nuestra geografía patria, de cuyo nombre, siguiendo el ejemplo cervantino, es mejor no acordarse (¿Para qué?), andaba, lo que se dice algo caído, el festejo veraniego que desde un tiempo simbolizaba el lugar. Daba la impresión de que la gente estaba como cansada, cada año lo mismo, que si disfrazarse de monja o de fraile, de payaso o de saltimbanqui o titiritero, … y así una vez y otra, un año y otro, que ya no impresionaba a nadie, pura rutina repetitiva y cansada. Total, que cada vez menos personal acudía al evento y únicamente aquellos muy convencidos participaban en el jolgorio. ¿Qué podemos hacer?, se preguntaban, enormemente preocupados y hasta angustiados, los responsables públicos, aquellos que como Deseoso el Supremo Consejo de Castilla de arreglar la policía de los espectáculos, llegaron a solicitar el encargo que recibió Gaspar Melchor de Jovellanos. Y cuyo informe apuntaba al comienzo el reconocimiento de que "siendo tantos y tan varios los objetos de la policía pública, no es de extrañar que algunos, por escondidos o pequeños, se escapen de su vigilancia, ni tampoco que, ocupada en los medios, pierda alguna vez de vista los fines que debe proponerse en la dirección de los más importantes".

Hasta que de pronto, como sobrevenido de alguna inspiración sublime, vino la solución al problema: si todo está tan anodino y aburrido, probemos una solución mágica y sin duda eficaz: prohibámoslo. Digamos a la gente que por algunos motivos de suficiente peso la autoridad competente ha decidido prohibir en lo sucesivo esta manifestación popular. ¿Motivos, excusas, razones…? Poco importa. Lo más habitual en estas situaciones es aducir pretextos de buen tono, disculpas y justificaciones que manejen términos de honorabilidad… y, sobre todo, que suenen a moralidad para gente biempensante. Aunque también se puede incluir, en el documento de prohibición, alguna sugerencia algo malévola y de signo liberal, que siempre da buen tono de modernidad.

Se bendecía a sí mismo el equipo dirigente, feliz y a punto de celebrar con cava esta salida pública, felicitándose a sí mismos con el grito de "qué listos somos y cómo hemos recurrido a tan gran acierto". Es bien sabido, reconocían, que desde el comienzo del mundo el sistema de prohibición ha resultado el más eficaz y productivo método de publicidad. Y con un ¡ole por nosotros!, casi explotan de felicidad.

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