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Si miramos con nostalgia, podemos pensar que el ser tercos debe ser algo malo porque desde niños hemos recibido la reprimenda correspondiente cuando nuestra insistencia contradecía las opiniones o los deseos de los mayores. Desde entonces sabemos que la terquedad y la obcecación son un peligro que puede acarrear males irreparables a quienes tienen la desgracia de caer en ellas. Algo así como un diablillo que nos acosara a cada rato, llevándonos por una ruta que casi conduce al infierno de los pecados… Por eso en estos días algo removidos, con insistencias por aquí y cambio de frente por allá, no viene mal echar mano de esos conceptos que suenan a rancios pero que no obstante pueden ser de utilidad. La testarudez, la porfía y la obstinación, nos decían y sermoneaban, deben ser apartados como una bicha que nos puede morder y bien, que ya ocurrió en el Paraíso.
Pero si con la carga de los años a cuestas uno analiza anécdotas pasadas, podrá apreciar en seguida que la verdadera cuestión que presenta esta parafernalia de comportamiento está en saber distinguir entre ser terco y ser coherente con las ideas que uno tiene, por lo que el consejo de los mayores debe ser tomado con cautela. Ser consecuente con sus propios pensamientos y convencimientos puede confundirse con el simple empecinamiento. Y si esta diferencia no se nota siempre cuando uno está tranquilo, mucho más complejo resulta en situaciones en que la misma discusión nos lleva a defender cosas que jamás hemos pensado pero que la tensión o el orgullo nos llevan a decir. Son muchas las ocasiones en las que la terquedad nos acarrea apostar por causas perdidas o nos complica la vida por cuestiones que ni nos interesan ni conocemos.
Y es que en esta cosa de la obcecación es muy arduo saber si hay que mantenerse intransigentes o existe la posibilidad de flexibilizar los principios. De si es debilidad aceptar algunas desviaciones o por el contrario la pureza de los motivos (real o falsaria) debe mantenerse a costa de lo que sea, incluyendo la muerte o el fracaso del propio líder. De la misma forma que entre la heroicidad y la estupidez resulta en algunos casos complicado averiguar la diferencia. Cerrazón o docilidad, testarudez o condescendencia son una de las disyuntivas excluyentes (o A… o B…), de pensamiento y de acción, más dramáticas que tiene y sufre el ser humano, sobre todo en determinadas situaciones.
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