Darcy

Estamos viviendo una mutación emocional que nos lleva a sentir más simpatía por los animales que por los humanos

Leo que ha habido protestas porque un juez ha ordenado entrar en prisión al dueño de unos perros que mataron en octubre pasado a una enfermera que paseaba por un pueblo de Zamora. Peor aún –esto ha desatado más protestas–, la jueza ha ordenado el sacrificio inmediato de los animales por ser de “enorme peligrosidad”. Los perros eran mastines y perros de carea, especies muy peligrosas si se dejan sueltas sin ningún control y que ya habían protagonizado otros ataques. Pero todo esto da igual. Ese perverso sentimentalismo que se ha apoderado de nosotros –somos tan buenos, tan bondadosos, tan empáticos, tan virtuosos– nos impulsa a lamentar el sacrificio de unos perros que habían despedazado –repitámoslo: despedazado– a una joven enfermera que daba un paseo por el campo. ¿Cómo es posible que alguien sea incapaz de identificarse con el dolor de los familiares de esta enfermera? ¿Cómo es posible que alguien piense que estos perros son “redimibles”? Por supuesto que los perros no tienen culpa de nada, pero una vez que se han convertido en máquinas de matar, es lógico que no se los pueda dejar por ahí. ¿Quién se haría cargo de ellos? Es así de duro. Y así de inevitable.

En cierta forma, estamos viviendo una mutación emocional –o incluso cognitiva– que nos lleva a sentir más simpatía por los animales que por los humanos. Miles de niños que han crecido solos, sin hermanos, sin abuelos, casi sin contacto con sus padres, se identifican más con los peces del acuario o con su mascota que con cualquier otro niño. En realidad, cada vez desconfiamos más de los humanos –egoístas, impredecibles, hostiles– y cada vez nos fiamos más de los animales, que suelen ser fieles y dóciles. Todo eso es muy natural. Pero hay que comprender que hay animales que son dañinos o que pueden ser muy peligrosos, y que a esos animales no se los puede tratar como a los demás. Un rottweiler no es un chihuahua, diablos.

El otro día, por cierto, conocí a un perro que se llamaba Darcy, como el personaje de Orgullo y prejuicio de Jane Austen. Darcy, como Fitzwilliam Darcy, y no Dalcy, como el antipirético (según me aclaró la dueña, cansada de la ignorancia de la gente que no sabía identificar el nombre). Qué gusto da encontrarse con perros así que llevan el nombre de un personaje de Jane Austen. Y qué rabia da que haya gente incapaz de vigilar a sus perros peligrosos.

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