La trama de la noche es la sospecha de que nunca algo fue sólido. En la pantalla comparten escenario Caetano Veloso y Gilberto Gil y la noche se quita el velo entre un misterio y una incapacidad, saudade de hora alta, la marea incruenta de los acordes como variaciones de un escozor. Ni las ideas ni los amores ni la fiebre de las aceras ni el temblor de la palabra ni el acérrimo rubí de las vísperas: nada fue sólido. Tampoco la voz que pernoctó en la duda ni el residuo colateral de las infancias, tampoco la celebración del primer poema, las nubes inéditas de octubre, el ámbar desalojado del orgullo, la precaución al extender las sábanas, el juego amniótico de las tardes, las pértigas del recuerdo, la luz de Babilonia. No fue sólido el dolor del reconocimiento ni el del olvido, ni el alivio en la derrota ni el verbo letal ni el barro en los jazmines ni la paz de ahora con su verdad anfibia y su insinuación barroca.

La trama en la madrugada es una diástole tímbrica, un hervor de fugitivos, una canción para extraviados, la desolación del regreso. Perdió el reptil su refugio, la flor su camisa, el ojo su imperio, el zar sus zapatos. Se dieron cuenta de que nada fue sólido, ni la arritmia de las esquinas ni la tasación del pájaro ni la risa del volcán ni la inmolación del dragón, compusieron la nueva coordenada como un rearme urgente, lento y estético, desacreditados por la prisa y la vanidad, heréticos de nuevo, sucios de antiguo. Un juramento de árboles dejó en la escena un murmullo de fatiga y testimonio, abrasando farolas entre el método y la ludopatía.

Nada tampoco fue definitivo, ni la acidez del despertar ni el rubor del diccionario ni el desorden de la garganta. La trama de la noche es la sospecha de que nunca habrá un motivo para dejar de escribir, mientras Caetano Veloso y Gilberto Gil comparten escenario y los minutos desbordan el sueño con su sangre hermética y su mala literatura. No hubo margen para los pactos del papel, no fue sólido el deseo, no dejaron más huella que el silencio los juglares de la ironía.

Ese instante a punto del sueño, ese dulce extravío, ya sin escudos, no plenamente inconsciente, se parece a un viaje a Brasil. La mañana vendrá con un nódulo virginal de primaveras, con pavor de insectos, con azul quirúrgico, con impacto de seda y ferreterías. La madrugada fue trama, inquietud, engaño y relato: nunca quien despierta sabe nombrar el peligro.

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