Konrad Adenauer, padre de la República Federal Alemana y de lo que hoy conocemos como Unión Europea, hacía una sabia reflexión sobre la política: "lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno". Hoy se termina medio año de tensión en España. Un larguísimo periodo electoral en el que todo el mundo ha pretendido estar en posesión de la verdad absoluta. En campaña se multiplica el teatro y la descalificación del adversario; las pulsaciones de los dirigentes se disparan. Bulla, ruido, fatiga.

La pasarela política ha estado más atascada que la cumbre del Everest, que en esta época tiene una ventana de buen tiempo y hay tanto turista de aventura escalando o bajando que algunos no vuelven. Aquí en Andalucía las hostilidades empezaron en otoño, con la campaña regional, en la que se acabaron dos anomalías de españolas: el eterno partido gobernante dejó el poder tras ejercerlo ininterrumpidamente 36 años y la extrema derecha entró en las instituciones.

Desde entonces los continuos desplantes han convertido en ocasiones al Parlamento andaluz en un patio de colegio. A partir de mañana empiezan a arbitrarse los resultados. El PSOE parece decidido a gobernar con apoyo de Podemos, para hacer bueno el grito de sus seguidores la noche del 28 de abril; "con Rivera, no". Falta por saber si Pablo Iglesias consigue forzar un gobierno de coalición, entrar él mismo en el Gabinete, e incluso si podrá optar a una vicepresidencia. Si lo consigue se acabará otra anomalía española: la aversión a las coaliciones en el gobierno de la nación. Todo eso depende en parte de los votos de hoy, porque se harán paquetes con ciudades, autonomías y administración central.

Algún líder se juega el puesto. El camino hacia la cima es una ruta en solitario. La caída también. En el actual sistema de producir líderes, en particular en el PP y el PSOE, no ha primado el mérito y la capacidad, sino un método de descarte tipo Gran Hermano, en el que los competidores intentan desde las juventudes eliminar a los rivales más fuertes. (Por eso Susana Díaz apostó por Sánchez en 2014, para apartar a Madina de sus ambiciones). Sánchez y Casado han llegado a la cumbre superando numerosos inconvenientes o complots. Su suerte es desigual. Esta noche una debacle como la de hace un mes le podría costar el puesto al jefe de los conservadores.

Rivera, cuyo empleo no corre riesgos, debe salir de su empecinamiento antisocialista y pactar algún gobierno regional o local con el centro izquierda. Su responsabilidad será mayor en la medida en que tenga una doble llave de gobierno y pueda hacer alcalde o presidente autonómico tanto a un socialista como a un popular. Se ha acabado el momento de tener toda la razón. Y empieza otro muy distinto que consiste en dar la razón a otros, para recibirla uno mismo. Es un sano ejercicio democrático. Y un alivio para los observadores.

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