Hay en la política española un desajuste entre la demanda de la sociedad y la oferta. Existe electorado moderado, pero ningún partido en ese espacio. En Cataluña se produce un desfase entre una menor demanda de separatismo y mayor oferta ultranacionalista, con la incorporación de la extrema derecha. La campaña en Euskadi, por el contrario, transcurre lejos de soberanismos. Aunque PNV y Bildu acaparan más de dos tercios de los votos, discuten sobre salud, vivienda o política industrial.

En España falta un partido de centro; no por la desaparición de Ciudadanos, que rara vez ocupó esa posición. Quizá no se creó para eso, sino como salvavidas del PP para cuando los votantes de Madrid, Murcia o Castilla León le retiraran su favor tras el desgaste de décadas de gobierno. Albert Rivera cumplió ese encargo en 2019. Ciudadanos era en ocasiones el partido más indignado de las tres derechas; la antítesis de un partido liberal. No sorprende que Girauta, lugarteniente de Rivera, vaya en las listas de Vox al Parlamento Europeo; era su espacio natural. El problema ahora es que el PP sigue esa senda de Ciudadanos, pisándole el terreno a la extrema derecha. El vacío en la moderación y el descrédito de las instituciones atañe también al PSOE, que elevó su discurso de polarización en las generales de julio. Así consiguió por los pelos conservar el poder. Por los pelos de Puigdemont; el político más narcisista y tóxico de la moderna democracia española, que puede desestabilizar la precaria mayoría en el Congreso.

Puigdemont consideraría un casus belli que Salvador Illa fuese president. No ocurriría lo mismo si Bildu es el más votado en el País Vasco, pero no tiene el apoyo del PSOE. El especialista Luis Aizpeolea lo compara con los 26 años que han pasado desde los acuerdos de Stormont de 1998 y la llegada al poder del Sinn Fein en Irlanda del Norte. Hay varias asignaturas pendientes de la izquierda abertzale: pedir perdón por su apoyo a la barbarie criminal de ETA, suspender los homenajes a los asesinos y ayudar a esclarecer los asesinatos sin resolver. Difícilmente esta generación hará nada de eso. Lo que sí puede hacer es esperar años, al estilo irlandés.

Pedro Sánchez tiene otra dificultad que ajustar. Quiere aumentar el gasto en Defensa, pero no puede contar con Sumar, Esquerra, Bildu, Podemos o BNG. Sin esos 45 diputados deberá pactar con el PP. Difícil en ambiente tan inmoderado, aunque esta semana en el pleno sobre política internacional en el Congreso ha habido un respiro en la batalla campal que libran en las instituciones PP y PSOE, con grave deterioro para la credibilidad de ambos. Quizá estén cansados Sánchez y Feijóo o a lo mejor es que se dan cuenta de que están agotando la paciencia de la opinión pública. Veremos.

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