Cuando Los Secretos pusieron un pie en la Axerquía, el calor seguía escondido en este desconocido julio cordobés, agazapado, tal vez esperando para arañarnos los ojos. Venían a encarar su ensayo general previo al concierto de hoy con la Orquesta de Córdoba. Advertidos como estaban, una y otra vez, que nada de venir tempranito, que se derretirían, ahora exigían que les devolvieran el tiempo perdido por esa excusa, entre bromas y nostalgias de actuaciones anteriores en ese mismo recinto, un sitio donde tan buenos ratos pasamos con el añorado Enrique Urquijo.

Se abre la puerta y llegan en una furgona, a la antigua usanza. Hace 38 años que se subieron a la primera, cuando casi era una aberración ser rockero y por supuesto ninguna profesión de provecho. En verdad su vida entera ha transcurrido en una furgona, de la que no se han bajado nada más que para hacer un apresurado pis en la próxima gasolinera y acelerar hasta el siguiente escenario. 38 años de cunetas infinitas, de chicas de la curva. Los mismos que hace que el Festival de la Guitarra servía como aire acondicionado a un variopinto grupo de noctámbulos cuerdistas que huían del calor de las noches del verano cordobés.

Ambos han sobrevivido a críticas, glorias, pérdidas, éxitos, refundaciones, malditismos, afrentas y vaivenes. A la amiga mala suerte, a los cambios de planes, a vaticinios sobre la última vida de un gato que siempre era la penúltima… pero todo sigue igual. Cada cual por su cuenta ha ido marcando muchas vidas. Los Secretos, con canciones que ahora nos recuerdan historias que pasaron mientras se nos rompía el corazón, como si fueran cruces en calendarios. El Festival, con conciertos que para muchos son muescas en la hazaña de vivir deprisa, evocando vapores de sueños detrás de la recurrente frase de "yo estuve allí". 38 años después todos estamos aquí de nuevo para disfrutar de la música hasta perder el control.