Eva Yerbabuena | Crítica

Disfrute con una apuesta exótica

Eva Yerbabuena, el pasado jueves en el Gran Teatro.

Eva Yerbabuena, el pasado jueves en el Gran Teatro. / Juan Ayala

Una propuesta valiente la que presentó Eva Yerbabuena para su disfrute y de cuantos se acercaran a la música tradicional de la isla Amami, en Japón. A partir de conocerla en primera instancia por la destacada intérprete de aquella cultura musical, la cantante Anna Sato, la bailaora se sintió atraída para concebir Cuentos de azúcar como una manera de introducirse en la aventura que le provocó el mestizaje de sonidos y el minimalismo que les rodea, conciliándolos, aún la diferencia que los separaba del lenguaje del baile flamenco de la granadina.

Una invitación para exponer con el canto y textura musical de la japonesa, danza, toque y cante, en fascinante montaje que a propósito del Festival de la Guitarra tuvimos ocasión de contemplar en el Gran Teatro.

Y con estos mimbres Eva se volcó para extraer el máximo provecho, concibiendo Cuentos de azúcar a partir de tan exótica música y cultura vernácula, apoyándose en una vistosa escenografía que respondió a la imagen que llegó a trazar en su imaginativa testa.

Lo que con el celo y rigor que la caracteriza la animó a conseguir armonizar la respuesta que del flamenco, con los palos que mejor exponían los lenguajes de danza y baile en una performance por taranta, con caña, nana, cartagenera y otros palos hasta las cantiñas y cantos asiáticos al alimón, y las bulerías finales, soltando riendas también para los movimientos orientales que sobre las tablas hablaron por sí mismos.

A Yerbabuena, desde que la conocimos en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de 1992 aquí en Córdoba, siempre la hemos encontrado exigente y para esta ocasión no iba a ser menos.

Ella confiesa que Cuentos de azúcar le brindó una posibilidad creativa junto a Paco Jarana, su compañero, cuando su compañía flamenca cumplía las dos primeras décadas de existencia, lo cual la estimuló para permanecer en la cresta de la ola de su dilatada proyección global, dando satisfacción al numeroso contingente de tantos aficionados que la admiran.

Ella se lo puede permitir, poniendo en juego sus conocimientos en danza y movimientos del flamenco. Pasos, mudanzas, escobillas y zapateados mil, añadidos a su buen gusto eligiendo ajuar sin faltar bata de cola y mantón; además de original en la luz y sonido.

Y desde luego siempre encontrando motivos para no defraudar, considerando que ella no se repetirá a fuer de rutina. Eva Yerbabuena cuidará muy encarecidamente su puesta en escena y la de los suyos, logrando esculpir su dinámica figura con empaque y donosura, elegante colocación de brazos y manos, atendiendo al toque y cante con sensibilidad e intuición para salir razonablemente satisfecha.

Aunque por encima buscó que el público saliese colmado por el mero hecho de haber estado presente ante tan laborioso trabajo. Estos lo saben y por lo tanto se volcaron con ella.

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