Pilar Cernuda
La DANA, un epílogo para semanas inquietantes
Ya avanzado su discurso de ayer en Málaga, Mariano Rajoy, candidato del PP y probable próximo presidente del Gobierno de España, pronunció una frase que, inmediatamente, provocó que los periodistas de la sala de prensa levantaran sus cabezas y mirasen al televisor. "Os voy a contar lo que voy a hacer...". Después de dos días de una convención en el que los populares anunciaron que se conocería el borrador de su programa electoral, esa llamada de atención de Rajoy parecía que abría un punto de inflexión. Las propuestas de gobierno iban a llegar por fin... pero no, no fue así. Rajoy trazó un discurso voluntarista, entusiástico, pero repleto de intenciones y propuestas irrebatibles: decir la verdad, no negar la realidad, explicar lo que va a hacer y abjurar de "las aventuras, los caprichos y las ocurrencias".
La convención de los populares ha sido una gran puesta en escena donde se ha esbozado sólo algunas acciones de gobierno, entre las que ha destacado la instauración en España de la llamada cadena perpetua revisable, la intención de limitar los mandatos de los cargos y la elección de más de la mitad de los jueces del Consejo General del Poder Judicial por los propios jueces. Pero, en lo concreto, poco más.
Pero en las actuales circunstancias económicas del país y con un contrincante, Alfredo Pérez Rubalcaba, que debe luchar contra el PP y contra la propia historia de los Gobiernos de Zapatero, Rajoy vuela hacia la Moncloa en lo alto del pico de una ola donde la palabra talismán es el cambio, el cambio como fin, pero también como eje del programa que les presentará a los españoles. Un votadme a mí porque yo soy el cambio.
El candidato utilizó dos aseveraciones en las que Felipe González se apoyó en su monumental victoria de 1982, cuando envió al partido gobernante, la UCD, al cajón de la historia. Como, entonces, Rajoy también se preguntó ayer qué es el cambio: "El cambio es que haya empleo en España".
Y así, con esta apelación a la confianza en los populares, se va a desarrollar esta campaña electoral, una de las más largas de la historia de la democracia y una de las más concluyentes, tanto como las de 1977 ó 1982. Entonces, González se preguntó también qué era el cambio, y respondió: que España funcione. Para Rajoy, es sobre todo el empleo, y con las actuales cifras de paro éste puede ser un mensaje que le sirva para llegar a la Moncloa respaldado por lo que llaman un Gobierno fuerte; esto es, un Ejecutivo respaldado en el Parlamento con una mayoría absoluta.
Es cierto que el PP ha defraudado las expectativas que la convención había levantado, pero ha servido para conocer cuál va a ser el marco que le quieren poner a la escenografía de aquí al 20 de noviembre. El desempleo, el problema que afecta a cerca de cinco millones de españoles, y para el que el PP presenta un aval en vez de un programa detallado.
El aval fueron los gobiernos de Aznar entre 1996 y el año 2004, cuando se crearon ocho millones de puestos de trabajo; bien es cierto, que la oleada no terminó con el PP, sino en 2007, justo cuando estalló la crisis financiera internacional y la particular burbuja española.
"Ésa es nuestra historia -dijo al respecto- una historia de éxitos; por eso os digo que podemos volver a hacerlo. Como os he dicho antes, no será fácil, pero lo mismo pensaban Aznar en 1996 o Suárez 20 años antes, y lo lograron". Ése fue el mensaje principal de su discurso de ayer, un parlamento que pronunció ante un público enfervorecido que ya se ve en la Moncloa y que se dedica al divertido juego de hacer quinielas sobre ministros.
Pero hubo algo más en Rajoy que también recordó a la campaña de González de 1982. "Aspiro a ser el presidente del Gobierno de España, pero sobre todo quiero ser el presidente de todos los españoles; no aspiro a caer bien a todos, sé que no es posible, pero sí aspiro a gobernar bien para todos". En varias ocasiones, repitió la misma idea, pero con otras fórmulas. "Me comprometo a trabajar por la concordia de todos los españoles, necesitamos vivir juntos aunque no estemos de acuerdo", subrayó, aunque el público, transido en la probable victoria, coreaba en esos momentos un lema poco consecuente con las palabras de su líder: "¡A por ellos, oé! ¡A por ellos, oé!"
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