Córdoba-celta · la crónica

Bienvenidos a la realidad

  • El Córdoba engarza su segunda derrota en El Arcángel tras un encuentro con más sudor que juego · Un posible penalti y la expulsión de Arteaga frenaron las opciones locales

Podría decirse que el Celta, al igual que siete días antes la Real Sociedad, no es un equipo de la Liga del Córdoba, como si los blanquiverdes rindiesen cuentas en una clasificación diferente. Puede que alguien se consuele con eso. Pero la cuestión es que el equipo de Paco Jémez continúa chapoteando en un fangal del que se muestra incapaz de salir. El equipo, inmerso en una tendencia peligrosa -una victoria en las últimas once jornadas y ante el Racing de Ferrol, el peor del momento-, reclama a voces un zarandeo. Sea conjura de vestuario, llegada de fichajes que refuercen algunas zonas que ofrecen pocas garantías, salida de jugadores cuya aportación es insuficiente, arenga presidencial o todo eso junto, pero resulta evidente que algo que hay hacer para reactivar a un Córdoba que no es que esté en una situación crítica, pero sí atraviesa una fase de encallamiento que exige prontas soluciones. Ayer chocó contra un Celta mejor, ante el que tardó en alcanzar el tono adecuado. Cuando lo hizo, ya con el marcador adverso, se encontró con una batería de contratiempos letal: Juanlu marró la mejor ocasión, el árbitro obvió un penalti por manos de Agus y, para rematar, Arteaga se ganó una expulsión dañina por lo que se perdía y por los efectos secundarios: el zurdo no estará el domingo que viene en Tarragona.

Con Endika y Acciari en el doble pivote, Paco Jémez trató de acorazar una zaga circunstancial, con pareja central inédita en la que cobraba protagonismo estelar el antaño denostado Antonio junto a un Rubén Párraga al que sólo le falta ponerse bajo los palos para catar todos los puestos de la retaguardia. Obsesionado por no cometer errores, el Córdoba se esforzó por mantener prietas las filas y se encomendó a sus recursos más tradicionales -las galopadas de Arteaga y la inspiración de Javi Moreno- para inquietar al conjunto de López Caro. No lo hizo demasiado a menudo, sobre todo porque el entrenador lebrijano demostró un buen uso de los informes y taponó ambas vías. A Javi Moreno se le atragantaba el argentino Lequi, un central expeditivo con ese tono sádico de los centrales argentinos que parecen disfrutar amargando con todo tipo de argucias a sus rivales, y Arteaga estaba más tiempo tirado que de pie. El extremo fue, como de costumbre, el más efervescente en una formación demasiado ansiosa por mantener la posición y esperar el desliz de los vigueses. El Celta controló y se manejó como si estuviera en su casa; el Córdoba se dedicó a verlas venir y a aguardar su oportunidad más que a buscarla.

Con los anfitriones atosigando, especialmente en un centro del campo en el que se desarrolló una guerra soterrada no apta para pusilánimes, el Celta se aferró a sus individualidades. Y ahí surgió la figura de Fabián Canobbio, uno de esos tipos que circunstancialmente pasan por la Segunda División y son contemplados como una aparición extraterrestre. Aunque Acciari y sobre todo Endika se dedicaron con denuedo a su vigilancia, el uruguayo emergió como el principal catalizador del juego vigués con un repertorio de pases para enmarcar.

A los cinco minutos, una galopada de Núñez terminó con una falta de Rubén al borde del área. La lanzó con veneno Jorge Larena y el balón, en plena caída tras superar la trinchera de jugadores, fue repelido por los puños de Valle. El Córdoba se encontró con su primera situación interesante en el área cuando un defectuoso despeje de Esteban no lo cazó desde el suelo Rubén. Y llegó el golpe. Canobio controló casi en el círculo central, se dio la vuelta con un suave autopase que dejó perplejo a Antonio, encaró a Valle y le batió con un disparo perfecto. Indefendible. El uruguayo se creció y, en el 22', sirvió un balón franco a Perera, que cruzó demasiado. Diez minutos después calcó la acción y esta vez el ariete la estrelló en el lateral de la red. En medio, Asen regaló a Javi Moreno un buen pase, pero el de Silla lo malgastó con un remate deficiente. El Córdoba corrió mucho y jugó menos. El Celta, ordenado y con el viento a favor, se fue al intermedio con mejores sensaciones.

La puesta en escena de los blanquiverdes a la salida de los vestuarios resultó, como se presumía, volcánica. En el césped y en la grada. A los cinco minutos se protestó un penalti por empujón de Lequi a Asen. Dos después, el Córdoba disfrutó de su ocasión en un pase de Javi Moreno a Juanlu que terminó con el balón estrellado en el palo tras el remate del malagueño. El arreón elevó las expectativas del cuadro de Paco Jémez, cuya fogosidad convenció al Celta de que lo más conveniente era adoptar un rol más pausado, casi irritante, de toque y espera. A López Caro no le gustaba el panorama y metió a Iván Rosada y a Roberto Lago, aunque en siete minutos el partido iba a tomar una dinámica inesperada. En el 60', Arteaga recibió una amarilla por simular penalti. Siete después, el sevillano se iba a la calle al ver la segunda por una aparatosa entrada a Lago. Entre ambas acciones, El Arcángel estalló en quejas pidiendo mano del céltico Agus. El Córdoba siguió apretando y el ingreso en el terreno de Katxorro y Arthuro dio ese aire épico que requería la situación, pero el Córdoba no encontró más recurso que rifar balones frente a un Celta rocoso y más convencido de lo que hacía. Los vigueses supieron sufrir sin alocarse, que es lo que les suele suceder a los equipos mediocres. La sentencia la puso Perera en una contra y el estadio se quedó medio vacío en unos minutos. El Córdoba encara una semana decisiva, en la que tiene la obligación de rearmarse para afrontar una segunda vuelta que augura padecimientos. Lo normal. ¿Alguien esperaba un paseo?

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