Emociones: ánimo, miedo y pasiones adolescentes
Psicología
Las emociones tienen un componente y una función biológica y están sujetas al aprendizaje y la socialización, se van modulando
La adolescencia como foco de preocupación: una mirada desde la psicología
Las emociones están de actualidad. Hay quién abiertamente afirma que le encantan las películas de miedo, mientras la creatividad de Rosalía ha expresado, en su último disco, que el amor transciende lo terrenal y alcanza lo sublime. Pero en realidad las emociones son, junto al pensamiento o la inteligencia, un tema nuclear de la psicología. Ya Darwin nos legó una magnífica teoría sobre el papel de las emociones en la evolución humana.
El sistema emocional nos caracteriza como especie y de él podemos afirmar que está compuesto por dos funciones que se ajustan entre sí, dando lugar a lo que llamamos un buen equilibro emocional o, contrariamente, se desajustan y perdemos el tranquilo estado de ánimo, y a veces, los papeles. La activación emocional (conocida como arousal) y la evaluación o valoración (appraisal) juegan normalmente bien sus funciones. Algo nos excita, nos pone alerta, nos alegra, contrariamente, nos proporciona temor, miedo o pánico. Inmediatamente, o lo antes posible, entra en funcionamiento el componente cognitivo o razonador, que valora lo apropiado de la intensidad emocional percibida, rectificando si fuera necesario y actuando de forma apropiada. A todo ello se aprende.
Se ha puesto de moda considerar que hay una cantidad ingente de emociones, lo cual es exagerar, pero ciertamente que cada quién activa una amplia variedad de ellas. Algunas son universales y otras particulares de cada quién. El miedo, la alegría y el asco o repulsión son de las primeras; la sutileza y a veces profundo placer de escuchar la música preferida o disfrutar del frescor del primer baño en el mar, es una emoción íntima que se puede llevar en secreto.
Nos emocionamos desde que nacemos y el contacto emocional con quienes nos alimentan y cuidan es el nudo interactivo que nos hace humanos. Aprendemos a expresar, pero también a mitigar el hambre, la sed y demás necesidades biológicas en íntima activación emocional ajustada a la respuesta emocional de quién nos cuida. Así, las emociones se van modulando. La excitación y la valoración que hacemos de las situaciones vitales siempre incluyen un escenario sentimental compartido.
Que las emociones tienen un componente y una función biológica es conocimiento científico sólido, y que están sujetas al aprendizaje y la socialización, también. Ello las ha convertido en objeto de curiosidad científica desde siempre. Ya el psicoanálisis construyó su teoría del desarrollo partiendo del deseo, la evolución y la polarización de dos emociones primarias: el placer y el displacer. Otras teorías las convirtieron en respuestas a estímulos sin interés socializador, que ciertamente lo tienen, porque vinculamos ciertas emociones a la vida afectiva, creamos sentimientos como la amistad y el amor.
En la adolescencia, los grandes cambios neurofisiológicos, hormonales y sociales amplían los matices emocionales. Una nueva sensibilidad nos hace más conscientes del deseo sexual, la conquista erótica y las urgencias amorosas, pero también de la inestabilidad y vulnerabilidad que produce no saber leer si nuestras pasiones son correspondidas. La necesidad de tener éxito, disfrutar de la admiración y el afecto de otros puede vivirse de forma imperativa, y el sufrimiento es su consecuencia inmediata.
En estos años, la ira también está muy presente. La ira es una respuesta emocional ante la frustración en la que hay un fuerte desajuste entre la excitación y la valoración: cuando pensamos…¡ya es demasiado tarde¡ Muchos adolescentes se debaten en un mar de frustraciones y la temperatura emocional que la ira despierta actúa sin control, lo que afecta su ya inestable estado de ánimo.
El estado de ánimo es ese equilibrio emocional característico de cada quién y que se mantiene como estilo personal de estar en el mundo (la actitud). El estado de ánimo del adolescente sufre el impacto de su agitada y vulnerable vida emocional. Padres y madres, amigos y compañeros, a veces no saben a qué atenerse con ese adolescente que se levanta por los pies de la cama, de mal humor, sin ganas de nada, protestando por todo lo que ve o escucha. Una charlita con ellos, eligiendo adecuadamente el momento, es siempre oportuno.
(*) Rosario Ortega Ruiz es catedrática de Psicología del Desarrollo y la Educación. Prof. Emérita de la Universidad de Córdoba donde dirige el Laboratorio de Estudios sobre Convivencia y Prevención de la Violencia (www.laecovi.com) y miembro de la Academia de Psicología de España (https://www.academiapsicologia.com/index.php/2025/09/15/rosario-ortega-ruiz/)
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