Humanidades en la Medicina

Drogas: una guerra perdida

Una muestra de Fentanilo

Una muestra de Fentanilo / Mauricio Dueñas Castañeda | Efe

Cuando Richard Nixon declaró en 1971 que "la adicción a las drogas es el enemigo público número uno de Estados Unidos" inició la llamada guerra contra las drogas y creó la Drug Enforcement Administration, DEA (Administración para el Control de Drogas). Posiblemente olvidó que en la Primera Convención Internacional del Opio de 1912 ya había comenzado la primera batalla, que seguiría con la aprobación de la primera ley antinarcótica nacional, la Ley Harrison de 1914, que recaudaba impuestos de los productos derivados de opiáceos y de la coca, y la ley Marihuana Tax Act en 1937, también impositiva.

En la década de los 70, el 22% de los presos carcelarios en Estados Unidos lo eran por delitos de drogas, por lo que a Jeffrey Donfeld se le encargó liderar la recién creada Oficina de Acción Especial para la Prevención del Abuso de Drogas con la improbable misión de erradicar su consumo. Se estaba produciendo un incremento cada vez mayor del consumo de heroína, que en algunos centros trataban con metadona y Donfeld diseñó una campaña para convertir el uso de la metadona en un asunto nacional.

Muy a pesar de Nixon, la droga llegó a los soldados de la guerra del Vietnam, que fue considerada como “la primera verdadera guerra farmacológica”; la mayoría de los soldados tomaban algún estupefaciente. Pero ese uso tampoco era nuevo; como recoge Lukasz Kamienski en su libro Las drogas en la guerra, “a lo largo de la historia encontramos continuas referencias al empleo de todo tipo de sustancias tóxicas que ayudan a los guerreros para inspirarles en la lucha, hacerlos mejores combatientes o contribuir a paliar los efectos físicos o psicológicos del combate”. 

En Europa, en la Guerra Civil española se proveía a los dos ejércitos de alcohol, tabaco y hachís. Algunos soldados quedaron enganchados como Juan Alonso Pérez, morfinómano, que publicó Salida de las tinieblas, libro donde narra que su principal batalla fue contra las drogas. En la Segunda Guerra Mundial las anfetaminas y metanfetaminas tomaron la delantera.

ETA utilizó las drogas en su guerra contra el estado español, en los años 80. Creó la teoría de la conspiración como presunto plan del Estado español para intoxicar a la juventud vasca y así destruir las bases del Movimiento de Liberación Nacional Vasco, sin datos objetivos que la avalaran, como recoge el libro ETA y la conspiración de la heroína, del investigador Pablo García Varela, que analiza los factores que permiten comprender por qué tuvo una mayor incidencia de consumo en el País Vasco.

Como vemos, la guerra contra las drogas se ha usado para menesteres alejados de lo que era su concepto principal, lo que ha promovido más injusticias y, ante una opinión pública dividida entre legalizar o no, es esta la que tiene la palabra para su aceptación y acabar con los pretextos ilegítimos en nombre de un interés social.

Esta guerra está tan perdida como lo son los más de 100.000 fallecidos al año en Estados Unidos por sobredosis de derivados sintéticos del opio, como el fentanilo, que usado como aditivo a otras sustancias ilegales convierte los opiáceos en la primera causa de muerte no accidental. Los mil muertos anuales en España (Informe 2022) sitúan a los opioides como el cuarto factor de fallecimientos prematuros no accidentales, solo por detrás de los suicidios y los ahogamientos, y porcentajes parecidos a los accidentes de tráfico. En España no se pueden comparar estadísticas con EEUU; nuestro sistema sanitario de acceso a las drogas está legislado con el uso de visados para que ese abuso de los opioides no ocurra.

A este respecto, para contrarrestar titulares sensacionalistas de la llegada del fentanilo a España, aparece el trabajo Opioides en España. Ni repunte de heroína ni crisis de opioides a la americana con el fin de apaciguar la sensación de estar en una situación similar a Estados Unidos. Pero llamamos la atención para estar atentos y no seguir la senda del fentanilo y análogos. Como prevención se ha acordado un plan con las comunidades que prevé dejar de administrar el fentanilo de liberación rápida a los enfermos con dolor crónico no oncológico.

La guerra contra las drogas nunca funcionó, la perdimos y la seguimos perdiendo… Entonces, ¿por qué la libramos? Esta lucha no se trata de drogas, crimen o adicción: se trata de nosotros. Se trata de por qué cedemos al miedo, la ansiedad y la irracionalidad. Se trata de por qué estigmatizamos y herimos a los más vulnerables.

En el experimento de Bruce Alexander (¿Cómo afecta el ambiente a la drogadicción?) se llegó a la conclusión de que "no se trata de ser pobre, sino de estar desconectado socialmente”, y en nuestra sociedad actual el abuso de las nuevas tecnologías nos lleva al ostracismo. Pensamos que el nivel educativo es un determinante crítico, asociado a una serie de factores socioeconómicos que conducen a una mayor propensión a la sobredosis, algo que se mitigaría con una política sociosanitaria adecuada.

Posiblemente hemos olvidado que el ejercicio, exposición al aire libre y a la luz del sol en la naturaleza, así como pasar tiempo con amigos y familiares son poderosos antidepresivos.

En mis primeros tiempos de médico, me preguntó un paciente ex-­adicto: ¿Sabe usted cuanta cantidad de sustancia es necesaria para considerar a una persona enganchada? Reconozco que me quedé pillado, y me respondió: la necesaria para poder hacer cualquier cosa cotidiana.

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