"Manuel Benítez 'El Cordobés' era pop antes de que existiese el movimiento pop"
Entrevista a Fernando González Viñas. Escritor, traductor y dibujante
El creador pedrocheño acaba de presentar el libro 'Los artistas del hambre', es comisario de una exposición en el Museo Taurino y pronto publicará una biografía del quinto Califa del Toreo
Un yeyé del siglo XXI, un moderno al que le gustan los toros, un hombre culto que lo mismo habla de cine mudo que de José Tomás o el lechón de Los Pedroches. Así es Fernando González Viñas, escritor, traductor, dibujante, comisario de exposiciones, guía turístico y, sobre todo, una persona carísmática que deja huella allá por donde pasa. El creador pedrocheño, nacido en Villanueva del Duque, ha presentado esta semana un nuevo libro, un ensayo gráfico editado por El Paseo titulado Los artistas del hambreLos artistas del hambre. Además, ha inaugurado como comisario la exposición ¡Ponga un toro en su mesa! en el Museo Taurino. A esto se suman otros proyectos que saldrán a la luz próximamente, como la publicación de una biografía de Manuel Benítez El Cordobés.
–¿De dónde surge la exposición ¡Ponga un toro en su mesa!?
–Trata de mostrar cómo la tauromaquia ha servido de fuente para la publicidad. Es decir, cómo la publicidad ha utilizado tanto términos de la tauromaquia como a sus protagonistas, el toro y el torero. Sin ir más lejos, tenemos el Toro de Osborne, pero también las banderillas toreras que se fabrican en Cuenca. Muestra cómo esas alusiones a términos taurinos han llegado a la publicidad y cómo la publicidad, no solo en España, sino fuera del país, ha utilizado ese mundo que es muy rico en simbología para que sus productos sean reconocibles o para mandar un mensaje. Por ejemplo, tenemos un anuncio de un torero que está citando a un toro, pero el toro no embiste porque el capote está descolorido. Está anunciando un detergente que no desvae los colores. Hay un recorrido por todo tipo de objetos, entre ellos hay una cajetilla de hojalata de tabaco picado que se llama Matador que tiene más de un siglo y he conseguido traer de EEUU. Los picos Belmonte, botellas de anís de Rute, los finos de Jerez también se llamaban, sobre todo antiguamente, con nombres de toreros y hay tequila mexicano llamado El toro, El toro enchilado, El toro negro...
–Entonces es una exposición que va más allá del aficionado a la tauromaquia.
–Sí, todo lo que yo hago en relación con la tauromaquia intento que vaya más allá del aficionado por una sencilla razón: los toros han formado parte de nuestra historia y de nuestra sociología y también de la del resto del mundo porque ha habido una asociación de España y toros. Por ejemplo, la cartelería que anuncia las corridas de toros en el siglo XIX es muy interesante porque muestra la evolución del cartel, que en España se produce a través de la cartelería taurina. Primero es tipografía y luego se introduce dibujo para después meter la fotografía. Aquí lo que hago es casi un estudio sociológico sobre la publicidad o la utilización de la tauromaquia en ella. Muchas veces se considera que a los que nos gustan los toros, solo nos gustan los toros. Oiga, nada más lejos de la realidad; nos gusta el cine, nos gusta ir al fútbol o leer un buen libro. Los toros forman parte de eso que conforma nuestra sociedad en lo que ha sido nuestra historia.
–¿Suelen tener éxito las exposiciones y actos taurinos en Córdoba?
–No sé qué decirte en general, pero sí puedo confirmar que cuando el Taurino está ofreciendo una exposición temporal, hay visitantes y los catálogos se agotan. De hecho, invito a todo el mundo a que se haga con el catálogo de ¡Ponga un toro en su mesa! porque va sobre la historia de la publicidad. La última que hice sobre Guerrita, que dibujé allí un cómic, también tuvo mucho interés del público.
–¿Hay ambiente taurino en Córdoba?
–Hay un núcleo de gente de los toros que es muy callado, compra muchos libros de toros y no intrínsecamente de historia de un torero, sino de todo lo que sale, y a veces están muy ocultos. Hoy en día, que existen las plataformas digitales, incluso evitan ir a las librerías. Eso existe. En cuanto a puramente las corridas de toros, falta un torero que lleve a la gente a la plaza. Se habla mucho de un novillero, no voy a dar nombres, y puede que a lo mejor tengamos una novillera, que la hay, y pegue un salto. El personalismo, el interés por un torero o una torera, lleva a mucha gente a la plaza y cuando no hay alguien que atraiga parece que decae todo. Estamos en unos años en los que en la Plaza de Toros de Córdoba se ha visto mucho cemento, pero creo que no por retirada de la afición a los toros, sino porque falta un impulso.
–¿Cómo es la afición cordobesa?
–Apasionada cuando tiene a alguien suyo y lo sigue hasta el fin del mundo, como pasó en la época de Finito y Chiquilín, que hubo una ebullición, pero cuando falta un poco de interés a lo mejor es un poco impaciente y se queda en casa. Espera a que esté consagrado alguien para ir. En ese caso, podríamos decir que, por una parte es apasionada, pero, por otra, desapasionada. Como todo lo cordobés, a veces muy distante. No creo que la afición de la tauromaquia sea distinta a la del fútbol, aunque son dos mundos absolutamente distintos porque uno es un ritual y otro un deporte. En ese aspecto, somos muy retirados, pero cuando nos interesa… Mira Cosmopoética, un festival de poesía en el que casi todas las tardes Orive ha estado lleno y da igual quien venga. Confío en que haya una figura que lleve a más gente a la plaza.
–¿Quien lo conoce de nuevas se sorprende de que sea tan moderno y a la vez tan taurino?
–Precisamente yo no entiendo la tauromaquia si no es como vanguardia. La corrida de toros en su forma actual nace cuando nacen las dos cosas más modernas de la época, que eran el cine y el ferrocarril. Es decir, es una cosa absolutamente vanguardista. Por otro lado, yo soy muy pop, muy yeyé, y decía Ortega y Gasset que en este país todo lo ha hecho el pueblo y lo que no ha hecho el pueblo, se ha quedado sin hacer. Entonces, yo reivindico mucho la figura de lo popular, de lo tradicional, soy de Villanueva del Duque, con lo cual vengo de ver gallinas en los corrales y ver pasar las vacas camino de la lechería y, aunque evidentemente tengo unos gustos, por así decirlo, de comprarme un ensayo que a lo mejor hemos leído cuatro, luego también me gusta mucho el tema popular. Y la tauromaquia viene de eso, del pueblo, de lo popular y, en el fondo, la élite siempre se ha acercado a ella para aprovecharse. Es decir, para echarse la foto junto al torero y de alguna manera hacer discursos grandilocuentes y magníficos sobre el tema. Hoy vivimos en un mundo en el que solo una parte de esa élite de acerca a la tauromaquia y la otra se guarda. A partir de los años 60, cuando llega la publicidad, la cultura popular, la del pueblo, se pone a la misma altura que la hegemónica culta. Es decir, a partir de ese momento los Beatles tienen tanta importancia como Mozart y eso se inicia con lo pop en los 60. Aquí, curiosamente, se puede ver muy bien a través de la figura de Manuel Benítez El Cordobés, que por cierto dentro de un par de meses sale mi biografía sobre él, que se llama El Cordobés y el milagro pop, con la nueva editorial El Paseíllo. Trazo un recorrido histórico y sociológico del paso de la autarquía y del blanco y negro al yeyé y al desarrollismo a través de la figura de Manuel Benítez El Cordobés en los años 60. Reivindico también el mundo de los toros por eso, por lo popular y por nacido del pueblo.
–¿El Cordobés conoce esta biografía?
–No lo sabe todavía. Sería más interesante que fuese una biografía desautorizada porque en ese aspecto uno siempre tiene mayor libertad. Yo no he querido contárselo por una sencilla razón: he escrito una de Manolete y otra de José Tomás y no lo conocía ni tampoco quería conocerlo; quiero ser libre para contar lo que se debe contar. El mundo de Manuel Benítez tiene muchas luces y luego le quisieron poner muchas sombras, algunas falsas. En este libro trato de reivindicarlo como la persona más popular de los 60 y la más interesante para contar esa época. Bajo ese punto de vista, es una reivindicación absoluta de Manuel Benítez, pero también cuento sus fracasos o las discusiones que hubo en torno a él y a su tauromaquia porque representa cualquier cosa menos clasicismo, pero precisamente eso era el pop y el mundo yeyé: guitarreo y pelos largos. Él era pop antes de que existiese el movimiento pop y llevaba los pelos largos antes de los Beatles porque en el 59 ya está toreando con los pelos largos, que es cuando llega a España el Plan de Estabilización que cambia el país completamente. Qué coincidencia…
–¿Hace referencia a su vida privada?
–Evidentemente, es muy difícil no comentar ciertas cosas, pero yo lo hago con mucho respeto. Es decir, la prensa de la época le asocia, por ejemplo, relaciones con Geraldine Chaplin, la hija de Charles Chaplin, y hay unas fotos preciosas con la montera de El Cordobés, que le brindó en la Plaza de la Maestranza cuando ella fue a Sevilla. Lo asocian también con Soledad Miranda -que era un pseudónimo-, una actriz que aparece como secundaria en Currito de la Cruz, que era familiar de Imperio Argentina y que luego fue la musa de Jess Franco en películas como Vampyros Lesbos, con el pseudónimo de Susan Korda. A todos los que nos gusta el cine de serie B estamos enamorados de ella, que murió en un accidente de tráfico con un piloto portugués con el que se había casado precisamente en la misma época en la que El Cordobés dejó de torear. La prensa de la época le asoció una relación de la que ella, muy feminista, dijo: "El Cordobés no me dejó a mí, yo lo dejé a él". Ese tipo de cosas me parecen muy interesantes sociológicamente. Lo cuento porque sería raro que él no hubiera tenido relación con esta gente porque representa ese cambio que se estaba produciendo.
–¿Alguna vez ha recibido críticas por la parte de los modernos o por la de los taurinos?
–Hoy en día, quién no recibe críticas. Todo el mundo está en contra de algo o de alguien sistemáticamente. En contra de los toros se ha estado siempre y ahora se sigue estando, y no creo que sea más o menos, sino que simplemente se oyen más voces. En contra de mí, aunque no me conociesen de nada, simplemente por verme por la calle, siempre puede haber alguien que diga: "este tío es tonto". Por lo tanto, el que me consideren un imbécil por mis ideas no me va a venir de nuevas. Supongo que las críticas las tengo por los dos lados, por la parte de los taurinos por ser como soy, y por la parte de los modernos, que muchos no se lo explican y dicen: "¡Pero si tú tomas copas con nosotros!" Uno de mis grandes éxitos fue en el ciclo de cine de verano que organicé para el Ayuntamiento, en el que proyectamos cuatro películas con DJ previos. Una de ella fue Sangre y arena de Fred Niblo, de 1922. Es una película muda magnífica de dos horas y me traje al grupo de rock Pelo Mono que, adaptando su música a la película, dio un concierto que las 200 personas que estaban allí, casi todas tatuadas, salieron impresionadas. Todavía hay gente que me ve en los bares y me dice: "Madre mía, no daba crédito a lo que estaba viendo". Entonces, al unir ese mundo que supuestamente algunos tienen como rancio con la vanguardia representada por el grupo de rock Pelo Mono, lo conviertes en vanguardia. ¿Por qué? Porque la tauromaquia y todo lo que se ocupa de ella, como la película Sangre y arena, es vanguardia. Lo raro sería que nadie me criticase y supondría que me he muerto.
–Tiene una vida bastante movida; pasa buena parte del tiempo en Japón, tiene sus excursiones con alemanes, escribe libros… ¿Qué pone equilibrio en su vida?
–Uf, me gustaría encontrar el equilibrio porque últimamente estoy bastante ocupado, pego muchos saltos. Creo que el único momento en el que encuentro el equilibrio es cuando estoy en Japón y me dedico sobre todo a traducir al alemán, que es un trabajo sistemático y mecánico, pero encuentro una especie de tranquilidad que supongo que me recarga las pilas para el resto de proyectos, que son muy locos y muy de ir para un lado y otro. Si hay un país donde el equilibrio es muy difícil es España, aquí estamos siempre desequilibrados... Por suerte. Es un país muy vivo y yo que trabajo con alemanes jubilados, cuando vienen aquí y ven esta vida que llevamos se van llorando porque esto es lo que a ellos les hubiera gustado tener. Somos un país muy loco y descerebrado en muchas cosas, pero despertamos una envidia tremenda porque nos ven vivos. Ellos, cuando vienen a España, se ven a sí mismos con una vida muerta.
-¿Visita mucho Los Pedroches cuándo está en Córdoba?
-Intento ir de vez en cuando a mi pueblo para comer lechón y comprar cosas como pan, morcilla… Con cinco años me fui a Alemania, con 12 volví, pero a Córdoba capital, luego tuve una etapa en Mallorca y luego Japón, así que ir a Villanueva del Duque, donde solo hay 1.300 habitantes y están mis raíces, también me da mucho equilibrio. El estar allí, ver a mi hermano y a la poca familia que me queda allí también me mantiene en cierto equilibrio. No voy mucho, pero siempre que tengo una oportunidad, me escapo.
-Parece que la gente de Los Pedroches tiene mucha conexión con la tierra, con su territorio. ¿Usted siente eso?
-Es difícil no tener esa conexión cuando en Los Pedroches es raro que si te das la vuelta, aparte de una casa baja, no veas campo. La tierra allí tiene un carácter especial porque es muy colorida. Cuando llueve, enseguida está todo verde. El verde es muy potente con las encinas y los alcornoques. Es verdad que me fui con cinco años, pero hay una cosa potente que además yo la asocio con productos muy de pueblo como la morcilla, el pan, los tomates, las sandías, que yo iba con mi abuelo Doroteo a coger… El mejor sitio para revolcarse en el barro con cochinos ibéricos es Los Pedroches. Allí hay algo como telúrico.
-¿Sería un buen sitio para retirarse?
-El sitio que tengo en la cabeza es Papúa Nueva Guinea, más allá de Japón. Creo que ese es el sitio perfecto para retirarse y donde nadie debe conocerte para que no te molesten. Supongo que ya habrá móviles, ¿pero quién sabe el prefijo de Papúa Nueva Guinea? Nadie. Recuerdo una película de Terrence Malick, La delgada línea roja, que transcurre en la Segunda Guerra Mundial, y hay una escena magnífica en la que los soldados americanos van atravesando la selva y pasan junto a un nativo con un taparrabos. Todos los soldados lo miran sorprendidos, pero el nativo no les hace ni caso, como si no existiesen. Yo creo que si hay una jubilación, qué mejor que esa: ir allí y no ver a los americanos, teniendo en cuenta además que trabajo con grupos de turistas.
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