La Soledad

Silencio y dolor en Santiago

  • Los nazarenos de Santiago tuvieron presente a un cofrade que falleció en septiembre

En Viernes Santo las escenas se repiten, pero la gente está más calmada, mucho más que en otros días de esta Semana de Pasión que ya concluye.

La quietud a media tarde inunda la calle Agustín Moreno. Al igual que el silencio, que reina sin dudarlo, sin molestar y, mejor aún, sin avisar. En la parroquia de Santiago hay hasta cinco carteles que piden silencio. Esa es la clave. Es la música que acompaña a la Virgen de la Soledad y el barrio lo borda. Sabe que es una de las señas de esta cofradía franciscana por excelencia. Al igual que los pies descalzos de sus penitentes, al igual que el dolor del día, al igual que el luto que acompaña a cada paso, al igual que la tristeza y lo terrible de la muerte.

Carmen Martínez también guarda silencio y sólo lo rompe para contar su historia antes de que la cofradía de la Soledad comience su estación de penitencia. En los últimos 15 años, esta mujer que vive en el número 46 de Agustín Moreno ha salido como penitente, bajo una túnica marrón. Sin embargo, una bronquitis aguda la ha dejado sin posibilidad alguna de ponerse el cubrerrostro marrón y este año se conforma con salir detrás de la Virgen de "sólo dos lágrimas", apunta. A sólo diez minutos de su salida, Carmen se siente nerviosa y asegura que está "helada" por el momento que va a vivir, por la tarde que le espera y tan distinta, tan diferente a la de los últimos años. "Soy muy devota de la Soledad" y a pesar de la enfermedad reconoce que irá "siempre detrás de ella como pueda". "Sólo su mirada te engancha, sólo por su resignación merece la pena ir detrás de ella", sostiene.

En ese instante aparece el fiscal de horas. Tres llamadas y el templo fernandino de Santiago abre sus puertas. Silencio absoluto. Silencio y recogimiento. Silencio expresivo. En el interior del templo, el llamador suena hueco. En el interior de la iglesia suenan las órdenes del capataz. Poco a poco, el paso de la Soledad va asomando hasta que, de rodillas, se pone en la calle Agustín Moreno.

No hay banda ni agrupación musical para anunciar a la Soledad. El silencio reina en Santiago. Sobrecoge y estremece. Una señora se encarga desde su privilegiada posición de contar a la bulla que aguarda, que sigue en silencio todos los pormenores de la salida de la Virgen. La señora advierte y anota cada movimiento de los costaleros. "El paso viene justo a la puerta", detalla.

Por fin el paso toca la calle y no hay aplauso o saeta alguna para anunciarlo. Sin aplausos, sin Marcha Real o recompensa sonora alguna por la labor de los sufridores costaleros que portan a la Virgen de la Soledad. Da igual. Es su seña de identidad. Es lo que les va a llevar durante toda la tarde y gran parte de la noche. A los costaleros, a los 120 nazarenos, a todo el barrio y toda la carrera oficial cuando llega. También la carrera oficial sabe callar. Es Viernes Santo.

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