La Pasión

Flores y calor en el Alcázar Viejo

  • Los vecinos reciben con una lluvia de pétalos el paso de los titulares de Pasión

A la banda del Cristo de Gracia le cuesta entrar en San Basilio. Los sones de Salud de San Bernardo, la marcha con la que la agrupación intenta abrirse paso, se cuela entre el gentío que charla, toma el sol y espera. Hay vecinos asomados en balcones de gala, pandillas de jóvenes dispuestas a sumar una nueva tarde de pasos y procesiones, turistas expectantes que han llegado desde el Alcázar siguiendo el ruido y la muchedumbre. Las gitanillas y los claveles eclosionan en las rejas -la advertencia es clara: ya queda menos para Mayo-, cuando los últimos sones de la marcha se disuelven junto a La Galga.

En la taberna se citan cofrades y vecinos, familias y turistas de sobremesa en busca de líquido que aplaque la sed. Porque en San Basilio hace calor. Todos callan cuando la puerta de la iglesia recibe tres golpes a las cinco. El crujido de los goznes es la respuesta a los toques del llamador: un chirrío y la cruz de guía dorada sale a la plaza. En San Basilio hay una mirada única sobre la comitiva que avanza y se abre paso, un saludo cálido a las esclavinas que la siguen y a los penitentes que portan cirios morados. Las hileras de nazarenos avanzan por el Alcázar Viejo entre fachadas encaladas y ventanas cuajadas de macetas, signo de una primavera también imparable.

En un par de minutos se abre el portón contiguo a la iglesia: cuatro ciriales alumbran a Nuestro Padre Jesús de la Pasión en la oscuridad. El llamador suena cuatro veces y la gente pide quietud. Hay un leve murmullo que es acallado entre las protestas de quienes buscan silencio para el paso que se asoma a la calle.

"Ahora de frente, poco a poco", indica el capataz. Lo escucha la multitud y los costaleros, que paso a paso buscan el calor de la plaza. Resuenan unos aplausos, pero la mayoría quiere que el silencio de la tarde del Miércoles sólo sea interrumpido por la música de la banda. Y con la música de Pasión, paso a paso, Nuestro Padre Jesús con la cruz sobre el hombro avanza hacia el Alcázar entre una bruma de incienso.

La devoción en San Basilio eclosiona en las mujeres de mantilla que siguen al paso, en los nazarenos que saludan tímidamente a los conocidos con un leve movimiento de la mano, en los niños que les piden cera, en las ventanas plagadas de expectadores que alfombran la calle con una lluvia de pétalos. Porque en San Basilio, claro está, las flores y la cal tampoco escapan a la liturgia de la Semana Santa.

Cuando la lejanía silencia los sones de la banda de la Agrupación del Cristo de Gracia, el portón se abre de nuevo y María Santísima del Amor descubre en la oscuridad su mirada triste iluminada por velas. La gente empuja y los nazarenos avanzan apretujados entre el bullicio.

"Que corra un poco el aire, que deben ir asfixiados ahí debajo del paso", pide una mujer. "A la derecha, adelante", indica el capataz. El palio rojo se mece, los varales tintinean a cada paso. Son las cinco y media y queda mucha tarde de Miércoles Santo por delante. La primera levantá es respondida con un aplauso que, ahora sí, no encuentra quien lo acalle. "Madre mía, hasta que vuelvan...", se expresa una joven. "Mejor el calor que la lluvia", le responde otra mirando hacia arriba.

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