La Paz

Dulzura blanca de Capuchinos

  • Cientos de personas siguen la salida del imponente paso de Jesús de la Humildad

A la plaza de Capuchinos hay que llegar con tiempo. Si uno quiere ser testigo de la salida del monumental paso de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia, del trabajo entregado de los costaleros, del tintineo del palio de la Virgen de la Paz y Esperanza, de su blancura dulce junto al Cristo de los Faroles, uno no tiene más remedio que alterar la sobremesa reposada de la tarde del Miércoles Santo. Porque la primera levantá del misterio dorado de la Humildad, la primera chicotá sobre el empedrado, se ha convertido en un ritual fijo en el calendario cofrade de miles de cordobeses, en una liturgia a la que hay que dedicar tiempo y paciencia.

Para algunos fieles, ya ha pasado más de una hora cuando transcurridos diez minutos de las seis el fiscal de hora da un golpe en el portón y la cruz de guía plateada se asoma a la plaza. Las cinco hileras de esclavinas que la siguen son una muestra del fervor que la cofradía despierta entre los jóvenes. Y la larga hilera de nazarenos -hasta 630 salieron ayer- es la constatación del apoyo popular a la hermandad, que cada año vive una de las estampas más bellas de la Semana Santa de la ciudad a su paso por los jardines de Colón.

Las devociones más nuevas se suman a las de siempre, las que durante décadas han acompañado a la Humildad y la Paz en su estación de penitencia. Y José Campos, a quien los costaleros del misterio dedicaron su primera levantá, es un ejemplo de veteranía y constancia. "Son 69 años juntos, y sólo he faltado uno", recordaba ayer con orgullo. Tenía sólo 10 años cuando se cubrió el rostro por primera vez para seguir a Nuestra Señora de la Paz y Esperanza, una imagen a la que ahora acompaña como fiscal de paso. "Era como mi novia, la quería más que a mi madre. Tiene una mirada tan dulce...", resumió.

Con unos cuantos "poco a poco" y un "izquierda adelante", el inmenso misterio de la Humildad se asomó a Capuchinos. "No corred, vámonos adelante", dirigió el capataz. La cuadrilla meció el paso de rosas rojas y narcisos malvas, custodiado por doce angelitos, a los sones de De vuelta a El Porvenir y a la indicación de un "solemne, solemne" del capataz. Así, paso a paso, el misterio enfiló la calle Conde de Torres Cabrera hacia la plaza de Colón seguido por el luto de las mantillas.

La Virgen de Juan Martínez Cerrillo -de quien este año se conmemora el centenario de su nacimiento- acaparó luego las miradas en la plaza de los Capuchinos, adonde cada tarde de Miércoles Santo se asoman los residentes y las religiosas desde las ventanas enrejadas del hospital de San Jacinto. "Viene más blanca que nunca", anunció su fiscal de paso. Rosas claras, calas blancas, manto de plata y un tintineo leve en cada movimiento. "La imagen parece que habla, parece que tiene vida", dijo Campos.

"Al ver tu cara divina cuando sales a la plaza, te canta tu peregrina", se arrancó una saetera hermana. "Eres mi paz, Virgen blanca, protege a tus costaleros, dales fuerza sobrehumana para llevarte, que Córdoba te aclama", le cantó. La primera levantá fue para la Orquesta de Cámara del Conservatorio, que cada año colabora en el acompañamiento musical de la cofradía. Con este primer impulso y al son de la Banda Municipal de Música de Huévar, en Sevilla, el palio de plata enfiló la calle Conde de Torres Cabrera. Rosas claras, calas blancas, manto de plata y un tintineo leve en cada movimiento.

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