Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

El test

Esta pandemia, que nos sigue pillando desprevenidos, ha conseguido que alguien como yo, militante de la Navidad, haya estado deseando que acabara

El test El test

El test

Durante años, esperamos con muy distintas emociones el resultado del test, aunque con los mismos nervios e impaciencia. Los nervios agarrotados, desangelados, y algo más, con tintineo de dientes con frecuencia, de los adolescentes. La impaciencia lastimosa, agorera, mustia en ocasiones, de quienes lo llevaban mucho tiempo intentando. Me refiero, como ha podido imaginar, a los test de embarazos, al célebre Predictor que pasó por la mayoría de las manos de varias generaciones de parejas -y que sigue pasando-, y que hasta el propio Sergio Dalma institucionalizó antes de que Sierra Nevada se instalara en su cabeza. Ahora hemos incorporado otro test a nuestras vidas, sí, ese, el del bastoncillo (porque el de saliva no vale, nos han dicho). Ya sabe… Más o menos similares en formas y funcionamiento -los hay de seis, cuatro o tres gotas-, aunque no así en el precio, y eso es algo que debería controlarse.

No es normal que un producto que estamos usando con tanta frecuencia su precio oscile entre los dos y los doce euros (ese es el margen que yo he pagado en estos últimos meses). Coincide con el Predictor en los nervios, aunque con el de antígenos (salvo algún rarito) todos queremos que sólo nos aparezca la rayita superior. O lo que es lo mismo: ser negativos. Sí, porque esta jodienda de pandemia también ha conseguido eso, que todos queramos ser negativos, con la de años asumiendo que debemos ser positivos. Ese aprendizaje instaurado en el optimismo militante al contenedor amarillo, de una tacada. Vaya tela. Y también está consiguiendo esta pandemia que todos tengamos unos orificios nasales estupendos, deshollinados y relucientes, que no puede ser más desagradable el mete y saca del bastoncillo. Muy masoquista, de vicio grande, tienes que ser, para que te guste. Y a atinar con las gotas en el depósito, lea las instrucciones con atención, que tanto si te pasas como si te quedas corto te puede salir inválido, lo que tu nariz, te lo aseguro, no agradecerá.

Esta pandemia, que nos sigue pillando desprevenidos cuando más confiados estamos -porque vaya leñazo gordo en las últimas semanas-, ha conseguido que alguien como yo, militante recalcitrante de la Navidad, haya estado deseando que acabara. Porque así no se disfruta la Navidad, no, como yo entiendo que debe hacerse. Porque es tiempo de contacto, de abrazos, de besos, que son inevitables cuando se producen los reencuentros, cuando se celebra el presente y lo que ha de venir, cuando estás con las personas que quieres. Para reunirnos con nuestros familiares, contados estos, antes nos hemos sometido a los célebres test, que se han convertido en los nuevos salvoconductos de nuestra época. Un atrezo más del pasado, tan sólo contemplado en las películas, que se ha incorporado de pleno en nuestras vidas. Superada la prueba, quien la ha superado, claro, nos hemos reunido y hemos seguido manteniendo las precauciones, y aún así muchas familias han regresado de sus encuentros con un invitado sorpresa en el cuerpo. Una realidad que se ha repetido con más frecuencia de lo que imaginamos, ya que la contabilidad oficial de los contagios para nada coincide con la real. Y del colapso de la sanidad pública andaluza ya hablaremos otro día, que tal vez no sea un simple accidente.

A diferencia del Predictor, espero que este test de antígenos, con el que muchos están haciendo el negocio del siglo, no haya venido para quedarse y que desaparezca de nuestras vidas lo antes posible. Y no sólo por respeto a nuestras narices, que también, por lo que supondría, mayormente. No quiero ir más a la farmacia, ni contar más gotas ni fastidiar a mi familia con el bastoncillo, no me quiero especializar en una prueba que detesto en lo más profundo. Que sea un recuerdo, desagradable, es lo único que quiero que represente el test en mi vida y que deje de tener el valor que hoy posee. No conservaré ni uno solo, ni hasta el negativo más emocionante, inesperado o deseado, ninguno. Y sí, quiero volver a recuperar el significado de ser positivo, el real, el que siempre ha tenido, y no el que hoy nos asusta y arrincona. Ojalá pronto, podamos decir: adiós, test, no vuelvas más.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios