Tribuna

Javier González-Cotta

Editor de Revista Mercurio

40 años de ¡Malvinas argentinas!

En España, con la cuestión latente de Gibraltar, la simpatía por la causa de los argentinos fue notoria (no se pensaba demasiado en el drama de los desaparecidos)

40 años de ¡Malvinas argentinas! 40 años de ¡Malvinas argentinas!

40 años de ¡Malvinas argentinas! / rosell

A veces, una efeméride y no otra nos recuerda no tanto el motivo o acontecimiento objeto de ceremonia como, por otra parte, el momento o circunstancia particular con que lo vivimos en su ya remoto día.

El tiempo está hecho de levadura de tiempo, de modo que se cumple justo ahora el 40 aniversario de la fulminante guerra -74 días- entre Argentina y Gran Bretaña, que tuvo lugar en el Atlántico austral, en las disputadas islas Malvinas (Gran Malvina y Soledad), las Georgias del Sur y las islas Sándwich. Los combates terrestres, tras la invasión argentina iniciada el 2 de abril de 1982 (Operación Rosario), se produjeron mayormente en mayo, con la previa del hundimiento -323 muertos- del crucero General Belgrano y la posterior respuesta de los argentinos con el hundimiento del destructor británico HMS Sheffield.

Quienes frisamos ya el medio siglo, la batalla de las Malvinas nos provoca una extraña pero placentera sensación de estar como a solas ante la ofrenda por el paso del tiempo. Aquella guerra nos caía lejanísima, pero también nos era cercana de algún modo. A la edad de 12 años, la que uno tenía por entonces, la guerra de las Malvinas se coló de matute en nuestras vidas poco antes del Mundial de España, mientras íbamos completando nuestro álbum con los cromos de las distintas selecciones. Osvaldo Ardiles, jugador argentino que militaba en el Tottenham inglés, tuvo que dejar la hostil Inglaterra por culpa de la guerra (un hermano suyo, el piloto Pepe Ardiles, murió tras ser abatida su aeronave). En el partido inaugural del Mundial entre Bélgica y Argentina, disputado un 13 de junio de 1982 (aún bajo los estertores de la guerra), desde el Camp Nou se mostraron pancartas con el clásico Malvinas argentinas.

La invasión de las Malvinas, por decisión del almirante de la Armada Jorge Anaya (gran halcón de la operación) y del teniente general del Ejército Leopoldo Fortunato Galtieri (inolvidable su arenga en Plaza de Mayo desde la Casa Rosada), fue auspiciada por la dictadura cívico-militar argentina para vigorizar al régimen y, de paso, para evitar la conmemoración de los 150 años de usurpación británica del archipiélago (en 1981, Reino Unido congeló unilateralmente toda conversación sobre su soberanía ante la ONU).

En España, con la cuestión latente de Gibraltar, la simpatía por la causa de los argentinos fue notoria (no se pensaba demasiado en el drama de los desaparecidos). En el colegio, las clases de Ciencias Naturales en el laboratorio las interrumpía nuestro profesor para hablarnos de aquella guerra librada entre casi hermanos y los engreídos piratas ingleses. Ni que decir tiene de qué parte estaba. De igual modo, un tío mío por vía paterna, médico y militar del ejército del Aire, nos explicaba a los embobados sobrinos la celebrada pericia de los pilotos argentinos mientras veíamos los resúmenes de la batalla en Informe Semanal.

A los 40 años de todo aquello (silenciada la derrota por la dictadura ya terminal y olvidada por la renaciente democracia), nos quedan las estampaciones del tiempo que internet nos permite recuperar. Reparamos, sobre todo, en los archivos y fotografías que nos muestran a los soldados argentinos, con posados de camaradería o bien metidos en sus covachas, ateridos bajo el ventarrón de aquellos pagos tan desabridos (más del 50% de los soldados eran civiles de 18 a 20 años, de las quintas de 1962 y 1963, que cumplían el servicio militar obligatorio). Murieron 649 argentinos.

Hemos visto películas y documentales sobre la guerra (Iluminados por el fuego,Hundan el Belgrano, Huellas en el viento) y hemos leído algunos libros que ahora se reeditan en Argentina aprovechando la efeméride (Malvinas. La pista secreta, escrito por tres periodistas de Clarín o el clásico Los pichiciegos de Rodolfo Fogwill). Por su parte, en La otra guerra, Leila Guerriero profundiza en el aura gaseoso e indeterminado que envuelve al cementerio argentino de las Malvinas e incide, asimismo, en los ángulos más viscosos de los ex combatientes y de las asociaciones de veteranos (el gran número de suicidios que provocó la contienda o la fisura que se creó al considerar héroes de guerra a quienes fueron torturadores o complacientes con los tenebrosos usos de la dictadura).

En Buenos Aires, la Biblioteca del Congreso de la Nación acoge ahora una muestra con las misivas enviadas -muchas de ellas censuradas- por los soldados a sus seres queridos allende el continente. Se exponen diarios y revistas de la época, así como objetos personales de veteranos, sin que falte una curiosa revisión en torno al auge del rock argentino en el año de la guerra, incluso en años precedentes, puesto que la dictadura cívico-militar había prohibido la música británica. Malvinas también movió la pelvis.

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