Tribuna

Emilio Rodríguez

Abogado

Español, lengua de todos

Español, lengua de todos Español, lengua de todos

Español, lengua de todos

Cuando hace unos 400.000 años unos primitivos humanos comenzaron a dominar el fuego, empezaron a reunirse en torno a la hoguera, arrebujados, compartiendo un espacio común. Allí, sus ojos se encontraron y comenzaron a descubrirse, despertando una nueva inquietud y una ignorada necesidad. Para algunos investigadores, probablemente, al calor de esa experiencia común, habría empezado a desarrollarse el lenguaje, que nace como respuesta a una perentoria necesidad de comunicación. En la actualidad, la humanidad se relaciona a través de miles de idiomas, pero más de la mitad de los más de 7.000 millones de seres humanos que hoy pueblan nuestro planeta pueden conversar o leer en -al menos- una de las ocho lenguas más habladas. Entre ellas está el español, lengua materna de más de 480 millones de personas, segundo idioma internacional detrás de la lengua franca actual, que es el inglés, y la tercera lengua más empleada en Internet, tras el omnipresente inglés y el inextricable chino mandarín.

La condición humana es desconcertante. Algo que nace para acercarnos a los demás, para traspasar fronteras persiguiendo la alteridad, sirviendo de cauce para el discurrir de caudales de humanidad, puede terminar siendo usado para mezquinos propósitos, para distanciar a personas levantando tristes y opresivos muros. Enorme paradoja.

La vacuna de las dos grandes guerras mundiales no pudo conseguir los deseados efectos inmunizadores contra el virus del nacionalismo que renace, como una amenaza, en el basurero de la crisis económica y en el caldo de cultivo de la ignorancia. Y, con los nacionalismos, un fin: crear fronteras. El discurso nacionalista intenta articular, buscando una relación unidimensional e inmutable entre nación, lengua e identidad. Persigue la idea de una nación lingüísticamente homogénea, en la que la lengua forma parte de la identidad nacional de manera indisociable. Junto a ello, la territorialización de la identidad y un enfático interés por la unidad entre territorio, concebido como el hogar imaginado, e historia, iluminada de contenido mítico, mientras se ovillan los sentimientos, desertando de la racionalidad de la Ilustración.

Decía Sabino Arana, ese xenófobo increíblemente reverenciado en pleno siglo XXI por el nacionalismo vasco: "No el hablar éste o el otro idioma, sino la diferencia de lenguaje, es el gran medio de preservarnos del contagio de los españoles y evitar el cruzamiento de las dos razas. Si nuestros invasores aprendieran el euskera, tendríamos que abandonar éste".

En Cataluña se abordó una estrategia propia desde la llegada al poder del nacionalismo. Se alumbró un proyecto para la creación de una comunidad nacional partiendo de una región española en la que no existía ni unidad lingüística, ni homogeneidad cultural ni, por supuesto, estado. Esto es lo que denominó Pujol "hacer país". Entre los distintos instrumentos, quizás el principal lo constituyó la inmersión lingüística en la enseñanza con un estratégico desplazamiento absoluto y obligatorio de la lengua común.

No cabe duda de que el español es la lengua común de todos los españoles. A través de esta lengua se entienden, conviven y comparten historia. Como decía el maestro Rodríguez Adrados, si el español es oficial en todo el territorio lo es porque es común, no al revés. Es el idioma propio de todos, nuestra koiné, nuestra lengua de convivencia, cuyo efecto es el de unir, no sólo en España, como símbolo visible de todos aquellos intereses comunes que abarcan lo cultural, lo económico, lo político e incluso la relación familiar entreverada que recorre fraternalmente territorios, sino también en otras naciones en las que su alcance es idéntico. Porque el castellano, devenido luego en español, fluyó como un torrente generoso mucho más allá de lo que hoy son nuestras fronteras, como una lengua común, llegando a ser, durante siglos, una lengua franca mundial, un vehículo de cultura.

Por mucho que el nacionalismo se vista con ropajes deslumbrantes que sean capaces de seducir a algunos o a muchos, en él habita un mensaje reaccionario, que levanta barreras, dinamitando nuestra idea de la ciudadanía ligada a la igualdad y la libertad que voceaban por las calles de París los discípulos de la Ilustración que luchaban contra el Antiguo Régimen.

Todas las lenguas albergan una belleza única: su capacidad de ser el medio para que puedan entenderse las personas. Que se me permita fabular con un futuro en el que en todas las escuelas de nuestro país no haya exclusiones, en el que nuestros hijos o nietos puedan estudiar no sólo la lengua común de todos y de la de su territorio, sino también el resto de las hermosas lenguas españolas, salvaguardados de fundamentalismos, valorando y sintiendo como propio un patrimonio que nadie puede secuestrar ni usurpar.

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