Ha bastado que se haga oficial la fecha de las próximas elecciones andaluzas para que desde diversos ámbitos políticos se empiece a reivindicar el centro como el espacio propio. Lo ha hecho el presidente de la Junta, Juanma Moreno, dispuesto acentuar los perfiles de moderación y pragmatismo de los que ha hecho seña de identidad durante la legislatura del cambio, características a cultivar con mayor intensidad en unos comicios que, además, van a ser la primera prueba de fuego del nuevo Partido Popular que está construyendo Alberto Núñez Feijóo. Lo ha hecho también el candidato socialista, Juan Espadas, consciente de que si quiere pescar en los caladeros de los indecisos y los abstencionistas necesita dar un mensaje alejado de maximalismos. Y, por supuesto, lo reivindica Juan Marín para Ciudadanos, partido que hará campaña con la etiqueta de liberal y que confía en el atractivo que pueda proyectar como fuerza puramente centrista para evitar su desaparición total. Que el centro sea ambicionado desde tan diversas opciones demuestra que Andalucía es una sociedad madura y moderada que busca soluciones a sus problemas lejos de extremismos ideológicos y recetas populistas, sean éstas de derecha o de izquierda. Andalucía se enfrenta a unas elecciones trascedentes tanto por el momento nacional e internacional en el que se van a celebrar como por lo que van a suponer como refrendo de un cambio político que no se había producido en la región en casi cuarenta años de autonomía. Por lo tanto, lo que debe contar en esas elecciones son los programas y las medidas para evitar que la calidad de vida de los andaluces se deteriore y que sigamos anclados en el furgón de cola de todos los indicadores nacionales de bienestar social, especialmente los relativos a empleo y renta. Para corregir los muchos desajustes que padece la región es necesario confiar en recetas que surjan desde el realismo y la moderación y no desde la búsqueda de soluciones fáciles a problemas complejos.