El reciente suicidio de la popular actriz Verónica Forqué, más allá del intenso drama personal, es un ejemplo más de una epidemia silenciosa que crece cada vez más sin que se tomen las medidas suficientes. A la espera de que se cierren los datos de 2021, sí sabemos que durante 2020 un total de 4.000 personas decidieron voluntariamente quitarse la vida, el mayor dato registrado desde que hay estadísticas sobre esta cuestión. El suicidio, asunto que aún es tabú en nuestra sociedad, es un tema muy complejo y doloroso, sobre el que normalmente cuesta hablar. Por lo general, los seres humanos (como todos los vivientes) estamos diseñados para perseverar en la vida, incluso en situaciones muy difíciles, por lo que toda muerte voluntaria suele ser fuente de inquietud y desconcierto. Es cierto que las razones que pueden llevar a una persona a tomar una decisión tan drástica son muy diversas, pero también que una buena parte están producidas por diferentes enfermedades mentales. Por desgracia, la mental ha sido la gran olvidada y abandonada por el sistema público de salud español, como muy bien denunció recientemente en el Congreso el diputado de Más País Iñigo Errejón. Actualmente, los centros de salud mental están saturados y las listas de espera para acceder a un psiquiatra es de dos a tres meses de media, algo que se dispara cuando hablamos de ingresos hospitalarios. Tanto el Gobierno de la nación como las comunidades autónomas -que son las que tienen las competencias en materia de salud- deben tomar nota y empezar a adoptar medidas drásticas, que inevitablemente pasan por una mayor dotación presupuestaria. A nadie se le escapa que la sociedad actual es un caldo de cultivo muy propicio para la enfermedad mental: soledad, alto estrés laboral, pérdida de referentes morales y trascendentales... Es decir, que lo normal será que el problema de la salud mental vaya a más. Es hora de ir tomando las medidas necesarias para evitarlo.