Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Una sola palabra

Ayer me desperté con la noticia de que un criminal nazi logró que Helen Mirren dejara de consumir cocaína. Cuando recogió el Oscar con un bolsito mínimo colgado del brazo, como homenaje implícito a Isabel II, con su elegancia suave, vertical, se afianzó en su simpatía incorporada por su personaje de La reina. Ahora, Helen Mirren parece casi más reina que nunca, pero no por reconocer su consumo anterior, que opinarían los moralistas, sino por la madurez sencilla, por la serenidad sin estridencia en la manera de encarar la vida y todas las verdades de la vida. Al parecer, en los gloriosos, sobrevalorados y mortales años 80, a Helen Mirren le iba el rollo de la coca, casi como le iba a todo el mundo, pero dejó de consumirla cuando supo que el criminal de guerra nazi Klaus Barbie se dedicaba al narcotráfico. La revelación es consecuencia de una entrevista publicada por la revista GQ en su número de octubre. Helen Mirren tiene 63 años, que en su caso, y en muchos, es tener la vida por delante. Es por eso que esta confesión de la actriz tiene un valor adicional, el de recortarse hacia el futuro.

Helen Mirren había probado ya el cannabis y también el LSD, como tanta gente en los 60, y también en los 70, que buscaba en las drogas una afirmación de lo imposible. A Helen Mirren le gustaba la cocaína, y la esnifaba en fiestas, quizá sobre bandejas plateadas con los hilos en líneas paralelas, que es como se esnifan ahora mismo. Sin embargo, Helen Mirren dejó la cocaína cuando se arrestó a Klaus Barbie, jefe de la Gestapo en Lyon entre 1942 y 1944. Se escondía, como tantos otros, en América del Sur, y vivía de sus dividendos obtenidos por el tráfico de cocaína. "Estaba leyendo todo esto en los periódicos", ha contado Helen Mirren, cuando "comprendí que el hecho de esnifar un poco de cocaína en una fiesta tenía un vínculo directo con ese tipo horrible de América del Sur". Realmente, toda esa maquinaria del dolor, ¿dónde fue a parar después de todo? Los servicios secretos israelíes emprendieron su guerra silenciosa, una cruzada terca y decidida, implacable y continua, por llevar a los tribunales israelíes a todo aquel culpable de Holocausto. Para la actriz inglesa Helen Mirren, fue suficiente saber que una sola de las rayas que podía esnifar cualquier noche de sábado, en la fiesta más inocente de la bohemia teatral londinense, podría beneficiar a un criminal de guerra nazi, a un individuo como el "carnicero de Lyon", para negarse a sí misma ese momento, ese íntimo placer, esa codicia. Lo ha contado La Reina: una sola palabra, como nazi, como Holocausto quizá, como asesino, entró una noche cualquiera por el hueco pequeño en la ventana para imponer su peso disuasorio.

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