El fuste

Jesús Cabrera

Un río de monumentos

LA declaración de monumento de los 11 molinos que hay en el tramo urbano del Guadalquivir es una buena noticia, pero llega algo tarde. Aunque es de agradecer esta acción de la Junta, más aún es de reconocer la actuación que desde hace bastante tiempo desarrolla el Ayuntamiento en estos edificios fluviales que combinan lo histórico con lo industrial y lo artístico con lo sentimental. El Consistorio salvó primero al Molino de la Alegría para Museo de Paleobotánica; después vino el de Martos, el de San Antonio y en cartera tiene la intervención en otros más para darles diversas utilidades como museos o puntos de observación de las aves de los Sotos de la Albolafia. Este trabajo continuo da como resultado la recuperación de un patrimonio que poco a poco se incorpora a los atractivos de la ciudad y que es algo de lo que sólo pueden presumir muy pocas ciudades. Córdoba no puede olvidarse de los molinos porque uno de ellos forma parte de su sello -que no su escudo- municipal. La declaración como monumento por parte de la Junta -algo que incluye también a las azudas y a los puentes anejos- tiene que servir como impulso para concienciar de la importancia de estos elementos que han pervivido hasta nuestros días de forma milagrosa, porque es un milagro que en las décadas de inactividad no haya surgido ningún iluminado que haya encandilado a la gente con que había que eliminarlos para que río tuviera un aspecto europeo. Lo dicho, un milagro.

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