
Tribuna
Juan Luis Selma
Alimentar el amor
Envío
No salimos del estado de estupor en que nos ha sumido el último Pedro Sánchez, hambriento pero con una desvergüenza que Hughes ha pintado al óleo: “En España hay mucho jeta. Lo que más. Pero pómulo, pómulo solo uno”. Un buen amigo, hombre de profunda cultura y fina inteligencia me escribe: “Estoy perplejo. Resulta que lo más grave, lo que debe llevar al presidente a la dimisión, es el leguaje soez de unos macarras al referirse a las mujeres que contratan. ¿qué otra cosa esperaban? Y que lo segundo más grave es que coloquen amiguetes y se repartan unas migajas, cuestiones ciertamente menores en comparación con las decisiones gubernamentales, difícilmente reversibles. El presidente divide y disgrega el país según los deseos de Bildu, PNV y Puigdemont, con escandalosas medidas favorecedoras para unos a expensas de otros. Coloniza, a ese efecto, todas las instituciones públicas y las privadas más importantes. Amenaza, acusa y difama a toda la prensa no afín, a los jueces, a los fiscales, a la guardia civil, a la UCO. Pero todo eso no le perjudica en absoluto. Ahora bien, que unos descuideros arrabaleros y zafios se expresen según su nivel de cultura y costumbres nos parece totalmente inadmisible y lleva al presidente al borde del abismo”.
Ciertamente, no es cuestión menor que esos macarras resulten ser los dos últimos secretarios de Organización del PSOE, pero eso no hace más que trasladar el peso de la culpa a una mafia que, bajo la capa de su pretendida condición de “partido de Estado”, ha sobrepasado todos los límites en su deslealtad a España, a la democracia y al rey. La banda criminal crecida bajo la mirada de Sánchez solo se explica por el sustrato pestilente que los ha generado a todos. Hacia 1070 un monje cluniacense alemán escribió sobre los clérigos simoníacos de su época: “No había lugar en sus corazones ni en sus costumbres para el honor, no respetaban ninguna fidelidad, ninguna justicia, ninguna reverencia hacia Dios. Encontrar alguien que no fuera un sinvergüenza no era nada fácil y la sinceridad era algo extremadamente raro. De este modo, un gran aluvión de engaños, una calamitosa cantidad de escándalos y un número infinito de males se manifestaron en aquel tiempo”. Acabar con aquellos malvados fue tarea muy difícil, pero nada bueno pudo hacerse hasta que desaparecieron.
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