Tribuna
Raquel Montenegro
Lo que esconden los despachos
El autócrata poscomunista y ex KGB Putin y el dictador comunista Xi Jinping fantasearon con la inmortalidad durante la desafiante exhibición de poder escenificada en Pekín, a la que también asistieron, entre otros, el dictador comunista de Corea del Norte y el presidente de la teocracia islamista iraní: el odio a las democracias occidentales hace extraños compañeros de tribuna. Los descubrió un micrófono abierto. “Hoy eres un niño a los 70 años”, dijo el chino. “Gracias a la biotecnología, los órganos humanos podrán ser trasplantados constantemente. Las personas podrán vivir cada vez más tiempo e incluso alcanzar la inmortalidad” le respondió el ruso. “Las predicciones apuntan a que este siglo se pueda vivir hasta los 150 años”, remató el chino. Ambos tienen 72 años, de los que Putin lleva en el poder 27 y Xi Jinping 13. Pero les parecen pocos.
Me sonaba lo de la obsesión por la inmortalidad de los dictadores que, purgados todos sus enemigos o antiguos amigos, en el caso de Putin con “accidentes” o polonio (Navalny, Yushenkov, Politkovskaya, Nemtsov, Progizhin o Litvinenko) y en el de Jinping haciendo que se lo lleven cogido de un brazo en pleno congreso nacional del Partido (Hu Jintao), se enfrentan a la invencible enemiga pelona. Y que la cumbre de esa obsesión por la inmortalidad se hubiera alcanzado allí, en China, donde Xi Jinping y Putin se ilusionaban con su niñez de 70 años y su longevidad, si no inmortalidad, biotecnológica.
¡Claro! Su remoto precedente fue Qin Shi Huang, el primer emperador de una China unificada que vivió en el siglo III antes de Cristo (permítanme seguir datando así en vez de con la imbecilidad de “antes de la era común”, que mantiene el corte cronológico, pero borra a quién se debe). Venció a todos sus enemigos, menos a la antipática canina. Y no porque no lo intentara. Mandó expediciones para encontrar la mítica isla de los inmortales, hizo trabajar a los alquimistas para dar con el elixir de la inmortalidad y murió por ingerir uno de sus brebajes. Su muerte se ocultó durante meses para preparar la sucesión: el primer ministro simulaba hablar con él mientras su cadáver se corrompía. Acabó enterrado en el famoso mausoleo guardado por siete mil guerreros de terracota. Quizás Putin y Jinping, 24 siglos después, tengan más éxito.
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