No alcanzaron la alegría

La Navidad será gozosa, alegre, si no dejamos pasar de largo al Niño Dios que va a nacer

La Inmaculada Concepción

Cristianos rezan en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalen.
Cristianos rezan en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalen. / Sara Gómez Armas / Efe

14 de diciembre 2025 - 06:58

Estoy por vez primera en Jerusalén. Nada más llegar al aeropuerto de Tel Aviv me llamó la atención la fuerte presencia de la religión, no por el elevado número de sacerdotes católicos que formábamos la peregrinación, sino por la llamativa presencia de judíos ortodoxos y musulmanes. Ambos pregonaban a todas luces sus creencias con un orgullo casi desafiante. No necesitan un “día del orgullo”: sus creencias dirigen sus vidas, las manifiestan en su porte externo.

Está cerca el Mesías, nos lo recuerda la liturgia de este domingo: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. El Señor está cerca”. Desde el balcón del Monte de los Olivos, contemplando la ciudad vieja de Jerusalén, venía a mi memoria el Salmo 122 que los peregrinos cantaban al llegar: “¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén”. Un poco más abajo, camino del Huerto, se encuentra la Iglesia del Dominus flevit. Allí Jesús predijo llorando la destrucción del Templo y de la ciudad porque no aceptaron a su Salvador.

No alcanzaron la alegría de ver en Jesús al Mesías, al Salvador. Todavía siguen esperándolo. El Templo, que era su orgullo, hoy alberga una gran mezquita; solo queda en pie el Muro de las Lamentaciones, parte de los antiguos fundamentos. El gran saludo de paz -shalom (שָׁלוֹם), palabra hebrea que significa paz, pero también plenitud, bienestar, armonía y prosperidad, queda reducido a un mero deseo. Soldados y policías fuertemente armados vigilan cada rincón.

No hay adornos navideños, salvo en las iglesias cristianas. Los hebreos practicantes ultraortodoxos caminan deprisa por las calles, con rostro de preocupación y actividad frenética, pero no transmiten paz. El salmo sigue resonando: "Desead la paz a Jerusalén: Vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios. Por mis hermanos y compañeros voy a decir: La paz contigo".

Nosotros cantaremos el precioso villancico Noche de paz, noche de amor, proclamaremos: “La Tierra entera se llena de luz porque ha nacido Jesús”. Para llenarnos de alegría debemos acoger el amor, a Jesús. Es la cercanía del Amor de los amores lo que colma nuestra alegría.

Para los cristianos, la alegría no es fruto de una vida fácil y sin dificultades, ni algo sujeto a los cambios de circunstancias o estados de ánimo, sino una profunda y constante actitud que nace de la fe en Cristo: "Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene" (1Jn 4,16). El mensaje cristiano que hemos recibido tiene como finalidad entrar en comunión con Dios "para que nuestra alegría sea completa" (1Jn 1,4).

La alegría es el resultado de encontrarnos con lo que amamos; la proporciona el amor. No es un sentimiento meramente sensible o corporal, no es puro placer. Podemos experimentar placer y no estar alegres. La alegría auténtica surge cuando el placer se acompaña de la razón. No es solo sensible, es espiritual. Podemos estar alegres y cansados, alegres en la enfermedad, o experimentar gran alegría privándonos de cosas que nos gustan.

Hay alegría en la renuncia, en el sacrificio, en el esfuerzo y en la privación. Hoy he estado en la Iglesia de la Flagelación; desde allí hemos recorrido la Vía Sacra, las estaciones del Vía Crucis, en medio del caos de la Jerusalén árabe: callejuelas estrechas llenas de negocios, el canto de los muecines... Hemos llegado al Santo Sepulcro pasando por la capilla de la Crucifixión. Al besar la piedra del sepulcro del Señor, lleno de pena por la contemplación de su pasión, he experimentado un gran gozo, una paz y alegría inmensa: el gozo de la Resurrección.

La Navidad será gozosa, alegre, si no dejamos pasar de largo al Niño Dios que va a nacer. Si es algo más que comer y beber, más que una reunión familiar. Esa alegría que necesitamos, que añoramos, no podemos dejarla escapar. Que no nos ocurra como al Pueblo elegido, que no reconoció que el Mesías ya había llegado.

La Navidad recuerda que “os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11). Este anuncio de los ángeles a los pastores es la raíz de la alegría cristiana.

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