Lo que esconden los despachos

El machismo y el poder entendido como impunidad siguen presentes en la política. Es hora de reforzar y dar poder real a las estructuras de igualdad de los partidos y que estas actúen, caiga quien caiga

El exalcalde socialista de Belalcázar, Francisco Luis Fernández Rodríguez
El exalcalde socialista de Belalcázar, Francisco Luis Fernández Rodríguez / El Día

14 de diciembre 2025 - 06:59

En la tarde del viernes, Córdoba se sumaba a la cascada de acusaciones de acoso sexual que está viviendo la política española en los últimos días. En unos mensajes tan edificantes como para no ser reproducidos una vez más, el alcalde socialista de Belalcázar, Francisco Luis Fernández, insistía en intentar mantener un contacto sexual con una subordinada que claramente no estaba interesada. Una simple falta de respeto según el regidor; algo mucho más grave para cualquiera que los leyese. El caso solo podía acabar de una forma, con la dimisión de Fernández.

Desde que a principios de los 2000 la concejala Nevenka Fernández pasara un quinario tras denunciar por acoso (y conseguir una condena) contra el alcalde popular de Ponferrada, Ismael Álvarez, ha llovido mucho. Pero las informaciones que están saliendo a la luz en las últimas semanas (siempre con la presunción de inocencia por delante) demuestran que la combinación de machismo estructural y poder entendido como impunidad sigue presente en parte de la política española.

La indignación desatada por el caso del exasesor de Moncloa Francisco Salazar, con denuncias en contra en los canales internos del PSOE que quedaron en un limbo, ha ido derivando en un tornado que incluye al expresidente de la Diputación de Lugo, José Tomé; el secretario general del PSOE de Torremolinos, Antonio Navarro; y la misteriosa dimisión del senador Javier Izquierdo, al que el partido ha abierto un expediente aunque afirma no tener denuncia al respecto. A ellos se sumaron el viernes el del alcalde de Almussafes, Toni González, y el propio Francisco Luis Fernández, todos ellos socialistas. En paralelo, el PSOE ha llevado a los tribunales al alcalde de Algeciras, José Ignacio Landaluce, por los supuestos delitos de malversación de caudales públicos, tráfico de influencias y abuso sexual, en un caso que ya había salido a la luz pública anteriormente. El regidor y senador ha dejado la militancia del partido, por ahora.

Y cómo olvidar los audios de José Luis Ábalos y Koldo García sobre prostitución, “la colombiana nueva” y “la Carlota, se enrolla que te cagas”, que ya en junio encendieron a todas las mujeres socialistas.

El PSOE, el partido que ha hecho de la igualdad y el feminismo un elemento central, está sumido en una profunda crisis que no sabe cómo atajar. El daño es también para la política en general, porque ninguna formación queda libre de este tipo de comportamientos, como ningún ámbito: el machismo sigue fuertemente enraizado en buena parte de las estructuras de la sociedad. Y el abuso de poder es una de sus formas frecuentes.

Pero sobre todo, no hay que olvidar a las víctimas: las mujeres que en toda España y durante años han tenido que soportar estos comportamientos en silencio, aisladas o señaladas, inmersas en una estructura de poder que las victimizaba. Que han aguantado por necesidad, por un miedo insuperable a la reacción que desencadenarían en su contra si hablaban. Sin el apoyo que hubiera correspondido de sus partidos y, peor aún, de los compañeros que han mirado para otro lado cuando han visto las señales para no generar un escándalo, caer en desgracia o porque no era para tanto. Este tipo de comportamientos se produce porque los agresores están seguros de su impunidad y hasta ahora, por desgracia, el tiempo les ha dado la razón.

Quizá ha llegado al fin el momento de que las tornas cambien. Nevenka tuvo que emigrar al extranjero tras ganar el juicio ante la presión social y Álvarez volvió a concurrir a las elecciones como independiente y fue la tercera fuerza más votada. Hoy debe ser muy distinto. Este #MeToo político debería servir para movilizar de una vez las estructuras de igualdad de los partidos, que dejen de ser un mero nombre en el organigrama para convertirse en áreas transversales con poder real. Que actúen con contundencia, con rigor por supuesto, pero sin que les tiemble el pulso, caiga quien caiga. Pero también debería concienciar a la sociedad de que este tipo de comportamientos solo se erradican con la implicación de todos, saliendo de la espiral del silencio que hunde a las víctimas. Y que la vergüenza cambie de una vez de lado.

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