Al preguntarse por la nada, el ser humano se mete en la pregunta, se pone en cuestión. Así lo señala Heidegger en sus escritos sobre metafísica, en los que anota que la formulación de la pregunta debe conducir a la instancia interrogante (el Dasein) a una situación desde la que sea posible vislumbrar la respuesta o asumir la imposibilidad de responder. Una situación que es un estado de conciencia, una disposición mental. Desde los cuadros de Giorgio de Chirico parece posible ensayar una respuesta. Con De Chirico arranca la exposición que la Fundación Mapfre dedica al arte italiano de entreguerras, De Chirico y su lenguaje de tensión y silencio, sus ciudades de extrañeza y sombra, sus galerías en perspectiva hacia ese lugar de la conciencia que para el Dasein supone, quizá como máximo hallazgo, una revelación angustiosa: lo contradictorio como fundamento. Angustia (también con Heidegger) como paso atrás hacia una calma hechizada. Dentro y fuera del cuadro, nos preguntamos dónde está el hombre.

En el Auditorio Nacional, la Gustav Mahler Jugendorchester arranca su concierto con las Cinco piezas para orquesta, op. 16 de Arnold Schoenberg, cuya escucha, con el recuerdo de las escenas de Giorgio de Chirico, se convierte en una experiencia radical: la belleza sublime en un registro de totalidad que abraza la inquietud como fermento y subvierte la calma hechizada de Heidegger en una inédita acuñación de lo angustioso. La onda sonora expresionista se infiltra en la memoria visual, y en la música de violencias prenatales e inestables melancolías flotan las ciudades últimas de cielos verdes y amenazas blancas. En este acorde conflictivo cabe o se resume el Dasein y se pregunta uno dónde quedó el hombre. Todo confabula en esa búsqueda de los conceptos negativos que pronunció Papini en su primera hora: lo trágico cotidiano es esa fiebre de metales y verbos que nos explica.

Dos obras de Sándor Bortnyik cierran la exposición que el Thyssen dedica al Museo de Bellas Artes de Budapest y la Galería Nacional de Hungría. Son el nuevo Adán y la nueva Eva. Adán circense en una plataforma con manivela, afirmando con ridícula elegancia (con la patética dignidad del maniquí) su ser y su estar, su Dasein, en un mundo que le queda a contramano. Eva mecánica en una perfección sin fondo y sin forma, inestable de instintos, sorda de mirada. Con terror, con emoción, con desvelo ya sabemos dónde está el hombre.

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