Un personaje para la ciencia

Desentrañar una psique como la de Pedro Sánchez necesitará buenos especialistas en ese oscuro mundo

No es fácil averiguar el sitio que la historia reservará a Pedro Sánchez, actual presidente del Gobierno, pero sí es seguro que le aguardan una buena serie de autores dispuestos a buscarle un sitio en la literatura clínica. Desentrañar una psique como la suya necesitará buenos especialistas en ese oscuro mundo en que habitan monstruos de ambición, rencor, astucia, cinismo, indiferencia moral, o total carencia de convicciones. La lista de anomalías ya es larga y cabe suponer que aún aumentará. La galería de políticos que, con su comportamiento, habían logrado granjearse un capítulo en la psicopatología del ejercicio del poder abarca muchos siglos. Y ha habido ya personajes de todos los colores, pero no se sospechaba que, a estas alturas, y en España, aún se pudiera proporcionar un nuevo nombre con méritos suficientes. Pedro Sánchez lo está logrando. Y cada día se abre la lista de sugerencias para proponer para su análisis nuevas perturbaciones, que se juntan a las que ya constituyen su conjunto orgánico de enfermedades crónicas. Por eso, mientras se preparan libros con dictámenes más profundos, convendría resaltar algunas actitudes que se repiten, en estos mismos días, y que, al no saber cómo denominarlas, pueden confundir. Porque cómo llamar a ese intento continuo de disfrazar o camuflar bajo una apariencia de normalidad la interesada connivencia con quienes buscan de manera empedernida acabar con el propio Estado que el presidente representa. Un arte del disimulo que se manifiesta también al negar la confrontación histérica que buscan estos mismos enemigos, fingiendo ante los demás que ese odio que destilan, y los problemas que acarrean, no existen. El personaje que nos gobierna es un verdadero artista volatinero, dispuesto a encubrir, ante los demás, gravísimos problemas, comprando, sin inmutarse, cada día, un pase de supervivencia al precio que le pidan. ¿Pero cómo llamar a tal operación? ¿Dónde encontrar los más fieles antecedentes literarios de tal comportamiento: en Heródoto, en Tucídides, en Shakespeare, en Maquiavelo? ¿Dónde están los libros de ciencia que pueden ponerle un nombre a tal carácter y a tales desatinos? Habría que averiguarlo antes que tantas concesiones a separatistas vascos y catalanes, de momento solo cuantitativas, propicien inesperadamente lo que Hegel llamaba el salto cualitativo. Es decir, aquel que ya no permite ni rectificar ni volver atrás.

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