La muerte después de Venecia

29 de octubre 2025 - 03:07

Ha muerto a los 70 años Björn Andrésen, el adolescente de andrógina belleza leonardesca que fue (más que interpretó) el Tadzio de Muerte en Venecia. En 2021, en el documental El chico más bello del mundo, contó como la película arruinó su vida al convertirlo en un icono sexual internacional, venerado hasta la histeria explotadora en Japón, pero no en un actor. Su filmografía posterior es escuálida e irrelevante.

El salto a la fama internacional como objeto sexual vinculado más al universo gay que al femenino, después que Visconti lo seleccionara tras recorrer media Europa buscando la belleza perfecta, marcó una vida que no había sido fácil: no conoció a su padre, su madre se suicidó cuando él tenía 10 años y fue criado por sus abuelos maternos bajo la presión de su abuela para que se hiciera famoso.

Tras el éxito de la película, una de las peores y más grotescamente envejecidas de entre las que en su día fueron aclamadas, había una oscura historia de explotación iniciada por Visconti a la que siguieron otras que, junto a su dolorosa infancia, le obligaron a luchar contra las adicciones y en algunas temporadas a vivir casi en la miseria. Todo agravado por la muerte de un hijo de nueve meses. En aquel documental y en declaraciones posteriores se refirió a Visconti con los términos más duros. Desde el episodio de la celebración del estreno en Cannes en un local gay en el que fue acosado –“me sentía como un animal exótico en una jaula”– a lo revelado años después: “Luchino era el tipo de depredador cultural que sacrificaría cualquier cosa o a cualquiera por su obra. Muerte en Venecia me ha jodido la vida… Cuando [en el casting] me pidieron quitarme la camiseta, no me sentí cómodo. Ahora veo cómo ese hijo de puta me sexualizó… No tuve ningún problema durante el rodaje. Pero cuando terminó, sentí que era una especie de presa lanzada a los lobos”.

Todos, yo también, nos dejamos engañar por aquella mala película llena de zooms dignos de Lazarov, relamidamente estetizante y grotescamente interpretada por Dirk Bogarde, que, tras la fallida La caída de los dioses, representa el agotamiento creativo de Visconti: salvo Ludwig, todo lo que rodó en sus últimos años, entre 1969 y 1976, está a años luz de la grandeza de su obra entre 1948 y 1965. Y dejó víctimas.

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