Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Qué es la inmigración

EL cayuco es un cambio de canal, un ardor de sangre en el estómago. Esto es la inmigración: una indecisión sobre el almuerzo, una incomodidad colgada en la garganta, pasajera y plomiza, porque lo peor de esta gente es que no para de venir. Lo peor de esta gente, entonces, es esta insistencia por morir, por cortar la noche más espesa con una hoja incierta de cuchillo que luego, en la mayoría de los casos, acabará incrustado en el vientre del bote o la patera, abriendo así un canal de agua maciza, de un gran peso de agua ocultando los nombres y los rostros a unos familiares que ya no podrán verlos nunca más, que guardarán sus fotos anteriores quizá como una prueba de que de verdad existieron, que crecieron también y que soñaron con llevar una vida más ligera y más plena, que una vez miraron hacia un cielo más alto, y creyeron poder reconocerlo.

Nosotros sí volveremos a verlos, a todos ellos, porque para nosotros todos son la misma cara tumefacta, porque huelen a dolor y también a mugre y a tristeza, porque tienen en los ojos esa fiereza intacta del leopardo que ha visto morir a sus cachorros, y también a sus padres, sus hermanos, incluso a sí mismo en otros ojos, porque algo de él ya quedó sepultado en esas aguas, bajo ese peso de agua, para llegar aquí y temblar de frío y tener los pies helados y mirar fijamente hacia la cámara, entrando en nuestra vida por un instante duro, repetido y compacto, que es la perfección de una muerte en el agua. La inmigración es también ese momento, esa fotografía que ocupa unos segundos de cualquier noticiario, que es una tragedia cotidiana y que solamente alcanza gran categoría de titular si algunas de las madres se han visto obligadas a arrojar los cuerpos de sus hijos por la borda. La inmigración, después, es encontrar a esta gente andando por las calles, vestidos ya de calle y ocupando la calle, porque mientras no haya trabajo es sólo la calle el lugar que cobija esa expresión de ver pasar el tiempo, de no tener más que tiempo para diseminarlo por el aire como una arena fina. Mientras, en Europa se habla de la inmigración como si fuera ganado, y quienes la defienden aluden a criterios de ganado cantando las verdades del barquero, que empiezan y terminan en la realidad de que Europa, hoy, necesita la mano de obra de los inmigrantes. Pero al ganado, al menos, se le cuida, porque es fuente continua de riqueza: en Italia, la propuesta de Berlusconi se basa en comenzar a tratar a la inmigración como judíos en la Alemania nazi, que fue también después la Europa nazi. Avanzamos de espaldas al futuro, y mientras el cayuco se hace eterno.

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