AL tío de la gorra, este Bernard Madoff que ha estafado presuntamente 34.000 millones de euros, el juez le ha mandado a su chabola de Nueva York (un apartamento de siete millones de dólares) con un brazalete electrónico para que las autoridades puedan controlar sus movimientos. Es lógico: estuvieron muchos años sin controlarlos y el resultado está a la vista. A buenas horas...

El otro día le llamé judío filántropo y una lectora de Granada -me temo que ya ex lectora- me acusó de propagar el antisemitismo. De modo que ya no diré más que es judío, aunque lo sea. Prefiero referirme a él como el tío de la gorra, después de verle en los periódicos más importantes resguardando sonriente su rostro de cemento bajo una gorra típicamente americana. Abrigo la esperanza de que los fabricantes de gorras no se enfaden por aludir a este rasgo distintivo. Nada de antigorrismo.

La máxima autoridad estadounidense en el mercado de valores (SEC), Christopher Cox, ha reconocido que su agencia ha cometido "múltiples fallos" en la supervisión de la compañía de Maddox que impidieron detectar la estafa, a pesar de que las señales de alerta eran creíbles y concretas, según sus palabras. Creíbles y concretas serían, sí, pero la actuación de la SEC ante las numerosas denuncias de irregularidades fue parecida a la del que tuvo la ocurrencia de asar la manteca: sus agentes aceptaron la información que les proporcionaba el propio gestor del fondo de inversiones. Tan falsa como la que daba a los inversores que confiaron sus ahorros a este maestro del tocomocho a gran escala.

El problema es que el inversor sólo arriesgaba su dinero mientras que la autoridad reguladora inhibicionista puso en peligro el dinero de todos ellos y consintió otro duro golpe a las finanzas internacionales, que no ganan para sustos. Ayer Barack Obama confirmó que va a nombrar nueva presidenta de la Comisión de Valores a Mary Schapiro en la confianza de que hará lo contrario que Cox: "no cumplió su tarea", ha dicho de éste el presidente electo, que también ha exigido la implantación de una nueva ética en Wall Street. En fin, la experiencia sugiere que el necesario cambio ético más vale propiciarlo con un regulador estricto que obligue a los gestores de inversión a atenerse a la ley. Es más difícil alterar las conciencias que llevar a la cárcel a los sin conciencia.

Mientras, al de la gorra le han mandado que no corra, que se quede en casa por las noches y no las emplee en elaborar la doble contabilidad mediante la que engañó durante años a todo el mundo. A los incautos codiciosos que se creyeron sus promesas de enriquecimiento sostenido y a los vigilantes del mercado financiero que no creyeron que un caballero tan seductor y sofisiticado podría ser el tiburón pertinaz que decían sus denunciantes.

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