ME agota pensar en lo que quedará de mí cuando muera. Con certeza, la miseria de unas cenizas. Con esperanza, memoria. Y a saber de lo que estará hecha. Memoria y recuerdo no son hermanos gemelos sino mellizos. El recuerdo sólo contiene lo vivido. En la memoria también cabe esa vida que no viviste pero que habitó en otras bocas cuando tú no estabas presente. Un cocktail de verdades y mentiras que confunde lo querido con lo odiado. Calumnias incluidas. Dice un proverbio semítico que calumniar equivale a comer la carne de tu hermano muerto. Lo más repugnante que se puede hacer con una boca. Y aún así, siempre pierde el calumniado. El único que sufre. La calumnia, como la nicotina, se deposita para siempre en el cerebro de quien la escucha. Seguro que en mi autopsia no encontrarán ninguna. Pero daría mi vida por no aparecer calumniado en las de mis seres queridos.

Manuel Alba fue un jornalero que aprendió a leer y a escribir solo, sin más compañía que la tierra y el cielo. Fundó el Ateneo Popular de Almodóvar del Río en 1925 para que los niños y niñas de su pueblo tuvieran el maestro que él no tuvo. Creyó tanto en la cultura y la libertad que se dejó la vida regalándolas. En 1928 escribió Entre dos fuegos. Un drama popular. Un arma de penetración cultural e ideológica. Un alegato libertario en el amor y la política. Escrito por un representante del pueblo. Y representado por el pueblo. Ahí radica su extraordinaria fuerza revolucionaria. Manuel Alba utilizó el teatro como el más potente de sus altavoces. Y marchó al encuentro del público en un gesto entre valiente y suicida. Porque señaló con el dedo a los culpables de la calamitosa situación social de la época. Cara a cara. Donde vivía. El coste fue la calumnia y el desprecio. Terminó causando baja del Ateneo Popular que él mismo fundó para no perjudicarlo con su presencia estigmatizada por los terratenientes y sus parásitos. Pero fue tanta su luz que la quimioterapia de su recuerdo terminó aniquilando el cáncer de las calumnias. El mismo pueblo que le dio la espalda lo buscó para que fuera el candidato anarquista del Frente Popular. Arrasó en las elecciones. A pesar de su confesado pacifismo, fue comisario político durante la Guerra Civil. Desapareció en el frente de Pozoblanco en 1937. Siendo juez de paz, encontré su partida de nacimiento confundida en los índices. Sin nota marginal de su muerte. Ni domicilio. Así que yo mismo anoté en el espacio vacío: universal. A todos los efectos legales, Manuel Alba no ha muerto y vive en cualquier parte.

Aquella obra de teatro desapareció con él hasta que el año pasado encontramos su manuscrito entre los legajos del Archivo Municipal de Córdoba. El Ateneo Popular produjo un cortometraje de su vida y editamos el drama perdido. Hoy, ochenta años después, se vuelve a representar. En su casa. En su pueblo. Y por el pueblo. Demostrando que la memoria no depende del azar sino de la luz que se irradie en vida. La única aspiración por la que merece la pena vivir y morir. A pesar de la calumnia.

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