Mientras los líderes de los dos principales partidos españoles se dedican a interrumpirse en un debate que fue de todo menos debate, los verdaderos problemas del país llevan décadas desatendidos o, y esto es mucho menos comprensible, agravados por una pésima gestión. Es el caso del empobrecimiento gradual de la clase media, acentuado en los últimos años por el estancamiento de la producción y la incidencia de la inflación. De un estudio reciente de la Fundación Disenso –La clase media en España: factores explicativos de su declive– extraigo algunos datos de interés. Así, aumenta la probabilidad de caer en la pobreza, ya que en demasiados hogares se hace necesario un endeudamiento excesivo. Uno de cada tres gasta más de lo que gana y un 15% de estas familias tienen una deuda desproporcionada para la cuantía de su renta.

Al tiempo, se observa “que las clases medias están envejeciendo, tienen cada vez menos hijos y presentan niveles de ocupación insuficientes para mantener la calidad de vida alcanzada en épocas anteriores”. Costes esenciales para la estructura de este estrato social, como la vivienda, la sanidad o la educación, han crecido por encima del resto de precios, siendo, como son, sectores muy regulados, especialmente reactivos a una buena o mala política económica.

Particularmente dañino me parece el aumento de la inflación, que golpea intensamente a las clases medias y bajas y que, unido a la subida del tipo de interés y al sobreesfuerzo fiscal que implica la no indexación del IRPF, dibuja un problema de dimensiones colosales.

El fenómeno, que no es sólo español, atraerá, de no resolverse, efectos claramente políticos. Tras señalar que considera esta cuestión tan funesta o más que el cambio climático o el laberinto de las energías, avisa José Carlos Llop que la eclosión de los populismos –un eufemismo para no hablar de criptocomunismo, criptofascismo y nacionalismo– está directamente relacionada con la disolución de una clase media saqueada por la ineptitud o la utopía de sus respectivos Gobiernos.

Resta por subrayar que nada ocurre porque sí. Esta caída no impedida de una clase tan fundamental hace alcanzable el maldito sueño de que nada ni nadie pueda oponerse al único poder del Gran Estado. De nuestra cuenta queda la tarea de rechazar, por liberticida y empobrecedor, el modelo caduco de cuantos cabalgan a lomos de tan calculada decadencia. En ello, no lo duden, nos va el futuro.

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