Corrupción: lo que el cine enseña

19 de julio 2025 - 03:05

Koldo, Ábalos, Cerdán, Montoro… Más esposas, hermanos, suegros, parejas… No hay de qué escandalizarse. Nada nuevo. Es cierto que la concentración de escándalos protagonizados por altos cargos del PSOE y el PP –en este momento con el PSOE en cabeza, pero empatados los dos si tiramos de hemeroteca– está desatando una ola de calor corrupto. La cosa está que arde. Pero creo que el escándalo y la desafección hacia los partidos y los políticos se debe a que se ha visto poco cine americano. De policías, gobernadores, senadores, congresistas y hasta presidentes corruptos, en unos casos a través de la ficción y en otros en eso que se anuncia como “inspirado en hechos reales”, Hollywood va sobrado. Y como según Oscar Wilde “la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida”, han acabado con lo que ni a los más atrevidos guionistas se les hubiera ocurrido imaginar: Trump en la Casa Blanca.

Por centrarnos solo en altos cargos de Washington recordemos a Claude Rains en Caballero sin espada, Broderick Crawford en El político, Charles Laughton en Tempestad sobre Washington o Gene Hackman en Poder absoluto. Ofrecen en la ficción una galería de senadores, congresistas y un presidente tan corruptos como los reales McNamara (Bruce Greenwood) de Los papeles del Pentágono, Eugenio Martínez “el musculito” (Dominic Chianese) y los otros fontaneros del Watergate de Todos los hombres del presidente, el Dick Cheney (Christian Bale) de El vicio del poder o el Nixon (Anthony Hopkins) de la película de Stone.

En España tenemos menos tradición de películas sobre corrupciones políticas ficticias o reales. Quizás por la relativa juventud de nuestra democracia frente a la estadounidense. El reino, B, la película, El hombre de las mil caras o Código emperador serían algunos ejemplos, con el precedente del empresario Saza/Canivell y el ministro Ferrandis/ Álvaro de La escopeta nacional. Pero, aunque demócratas relativamente jóvenes, hemos tenido casos como para inspirar a una legión de guionistas. Habrá que esperar a Torrente presidente para que el tono hortera, cutre, friki y putero que ha marcado y marca tres de los escándalos socialistas más sonados –los del PP son más de abrigo Chesterfield– llegue a las pantallas.

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