El discurso del Rey del pasado 3 de octubre sentó mal incluso a los independentistas que no lo son de convicción, porque eludió el llamamiento al diálogo. Ni eso era posible ni ése era el motivo. El mensaje de Felipe VI debía llenar el vacío del Estado en Cataluña y aliviar la ausencia de un Gobierno que fracasó de modo estrepitoso en el referéndum del 1 de octubre. Paradójicamente, por omisión y por acción. Pedro Sánchez ha mejorado las relaciones con el Rey; al fin y al cabo, nunca se negó a intentar formar Gobierno, como hizo su antecesor. El nuevo presidente ha maniobrado estos últimos días para evitar que la visita de Felipe VI a Barcelona se convirtiese en otro suceso bochornoso como el del pasado 27 de agosto, el día de la gran encerrona en el Paseo de Gracia. Ha evitado lo peor. Pero a pesar de eso, los Mossos volvieron a demostrar que no son de fiar, dejaron la gran pancarta del Rey boca abajo para satisfacción de TV3, mientras Quim Torra, el más exaltado de los hiperventilados, presentaba a Felipe VI a la compañera de Quim Forn. Por la tarde, hubo akelarre indepen frente a la cárcel de Lledoners, donde está encarcelado el tal Forn, cuyo desempeño en los atentados del 17-A fue similar al de Acebes el 11-M. Puro desastre. En fin, una tregua desabrida que ayer se rompió en Cambrils. No son de fiar, esta cabra ni siquiera bajó del monte.

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