La vuelta olímpica

Francisco / Merino

Los de blanco y verde son los nuestros

26 de marzo 2008 - 01:00

DA igual el quién y el cómo. Que sea una tendencia histórica, una maldición gitana o el castigo por algo muy malo que haya hecho en una vida anterior. Que se lo merezca o que no. Que con un poco de suerte hubiera podido estar al borde de hacer historia en lugar de coquetear con la histeria. Sinceramente, a estas alturas, lo mismo da. La cuestión ahora es que el Córdoba está inmerso hasta las trancas en el charco en el que se suele meter cada temporada. Tiene un problema delante -otros están peor, de acuerdo, pero eso no debe ser consuelo- y la oportunidad de resolverlo... si deja de divagar y de buscarse enemigos más allá de los que se encuentre en el campo. Le aguardan 12. En juego, 36 puntos. Y 14 para completar los 50 que garantizan la permanencia. Cinco encuentros en casa (Eibar, Xerez, Las Palmas, Numancia y Racing de Ferrol) y siete fuera. Calculadora, arrestos y poco más hace falta. ¿Fútbol? Es esto.

Déjenme de filosofías, de estilos de juego, de proclamas encendidas y de patochadas como de lo "morir con mis ideas", que queda muy romántico en las salas de prensa después de los desastres, pero que a nadie se le olvide que quienes realmente resultan deportivamente asesinados son el club, la afición y la ciudad. Los técnicos siempre acaban resucitando en otro lugar. Nadie quiere pasar a los anales del fútbol por descender después de coleccionar partidazos. Y al Córdoba, después de lo del Alavés, ya se le han descuadrado las cuentas. Hay arreglo, pero está destinado a sufrir. Este club jamás tuvo recompensa sin dolor.

No es nada nuevo, desde luego. En la temporada pasada, el equipo fue por momentos una máquina invencible, un grupo desmelenado que destrozaba récords goleadores y se erigía en líder de los rankings realizadores en todas las categorías nacionales. Acabó clasificándose en cuarto puesto, con una carambola milagrosa, levantó una eliminatoria imposible en Pontevedra y, aunque certificó la gloria en El Alcoraz oscense, ventiló su salto de categoría una tarde de junio en su hogar, su reino, su santuario, el lugar en el que no cabía ya el error. Y ahí está el meollo de la cuestión. El Arcángel. Donde se cuece todo.

Aseguró Paco Jémez el otro día, tras el fiasco casero, que él no es resultadista. Muy respetable postura, por supuesto. Pero es que el problema del Córdoba es precisamente de eso, de resultados. En la última jornada desperdició una ocasión excepcional para aliviar sus penurias y debe ahora compensar el fallo en las dos próximas salidas. Luego regresará a su estadio, que se sigue llenando para arropar -que es una sutil forma de amar- a un equipo que presenta un raquítico expediente de triunfos: uno pidiendo la hora ante el filial del Sevilla en su segunda comparecencia del curso y dos, agónicos y en los minutos finales, ante el Castellón y el Málaga. Así están las cosas y habrá que remediarlas. Porque es mucho lo que está en juego. Es hora de sumar y de hablar en el campo. El Arcángel dictará sentencia. ¿Qué prefiere usted? ¿Pasar tormentos ante el Celta y el Cádiz o golear sin piedad al Mazarrón y al Baza?

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