Semprún, el intelectual total

Concurren en él todos los rasgos propios del genio: la rebeldía, la lucidez, la renuncia, la discrepancia…

El pasado día 10 se cumplieron cien años del nacimiento de Jorge Semprún, uno de los mayores intelectuales españoles del siglo XX, cuya vida de película bien podía ser objeto de alguna serie, ahora tan de moda. Concurren en él todos los rasgos propios del genio: la rebeldía, la lucidez, la renuncia, la discrepancia… hasta ese afrancesamiento tan criticado en su día tiene su punto españolísimo, pues es sabido que aquí casi nadie es digo de consideración si antes no ha tenido su ración de jarabe.

No fue desde luego sencilla la vida adolescente de este hijo de republicano, nieto de Don Antonio Maura, que recién iniciada la guerra cambió de forma repentina la residencia de veraneo burgués en el norte por el exilio francés a unos pocos kilómetros, adonde se trasladaría a prisa toda la familia para ya no volver hasta restaurada la democracia. Su militancia en la resistencia acabó dramáticamente en el campo de concentración de Buchenwald, de cuyo penoso traslado en convoy se da cuenta en el magnífico Le grand voyage publicado primeramente en francés. Aunque a mí la obra que más disfruté y recomiendo fue Viviré con su nombre, morirá con el mío (editorial Tusquets), sus memorias del campo de concentración. La narración de la noche que pasará en el barracón de los desahuciados compartiendo catre con el joven comunista moribundo destinado a morir con su nombre, para así salvar la vida suplantando su identidad, representa una de las cimas de la literatura del Holocausto.

No debió, empero, ser un hombre fácil Jorge Semprún, Federico Sánchez cuando residía de manera clandestina en aquel Madrid de los cincuenta, donde la grisura cada vez más despejada del franquismo (sus observaciones objetivas sobre el creciente apoyo al Régimen, tan alejadas de la visión optimista y desenfocada de los gerifaltes pro-soviéticos del exilio con Carrillo al frente, lo empujaron fuera del Partido a mediados de los sesenta) apenas dejaba espacio para comunistas del interior como Enrique Múgica, los poetas Ángel González o Gabriel Celaya, o los hermanos Dominguín. De toda aquella época y de su efímero paso por la política posterior como Ministro de Cultura nos ha dado cuenta en memorias y novelas, descritas con la precisión del buen escritor que siempre fue, fieles testigos de la evolución de un siglo visto por un hombre de izquierdas que nunca pudo ocultar sin embargo el amargo sabor del desencanto.

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