Querida S.

En su nuevo ensayo visual, Silvia Cosío comparte el protagonismo con el editor y crítico Alfonso Crespo

La última propuesta de Silvia Cosío, Querido A., tiene como en otras ocasiones la virtud añadida de acercarnos al taller de una artista que gusta de revelar sus fuentes y de reflexionar sobre ellas, vinculando su trabajo a una inagotable cadena de referencias entrelazadas. Si lo que define a un creador, tanto o más que su obra, es el proceso de búsqueda, la de Cosío se distingue por su permanente inquisición en otros imaginarios de los que extrae o a los que opone los materiales que configuran su singular mundo propio, siempre abierto a los estímulos ajenos. Esto se hace particularmente explícito en su nueva exposición, verdadero ensayo visual, donde la pintora comparte el protagonismo con un editor y crítico -Alfonso Crespo, la A. del título- a quien conocemos bien en esta casa, donde hemos visto cómo el antiguo niño prodigio se ha convertido en una de las firmas más sólidas de la crítica española en cualquier género, porque no es nada frecuente que una misma cabeza -de ahí la profundidad de su mirada- atesore un conocimiento tan riguroso del cine, la literatura, la filosofía y las artes escénicas, nada complaciente con los tonos superficiales que caracterizan entre nosotros todo lo que rodea al séptimo arte. Instalado en una madurez gloriosa, elegante y castigador, Crespo debería renunciar a una parte de su ocio para empezar a entregarnos los frutos a los que está obligado por su talento, y en ese sentido la invitación conjunta, aunque fascinante por sí misma, es sólo un avance de lo mucho que cabe esperar por su parte. Del trabajo de Cosío ya hemos hablado otras veces, con la doble admiración por la obra y por la poderosa convicción con que la ejecuta, despreocupada y ajena, como deben los artistas, a todo lo que no sea esa aludida indagación que rebasa asimismo, en razón de su apertura a los referentes de otras disciplinas, el territorio estricto de las artes plásticas. Por su autenticidad, por el sustrato poético e intelectual -dicho sea lo primero en su sentido etimológico y lo segundo desde el más sobrio entendimiento de un pensar ajeno a los tributos de oportunidad- en el que enraizan su pintura y su escritura, también por su autoexigencia y desde luego por su calidad, la de Cosío es una trayectoria ejemplar que para quienes la hemos seguido tiene un valor no sólo artístico. Decenas de pistas e incitaciones recorren su libre conversación con Crespo, pautada por lienzos, libros, fotografías y fotogramas, que al tiempo que iluminan obras espléndidas como Atributos, La naturaleza del simulacro o Melancolía, en asociaciones imprevistas por los propios corresponsales, ofrecen un verdadero festín o arsenal de ideas.

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